Sin duda, Ecuador vive otro momento. Hay una vuelta de página. Nuevos vientos soplan en este verano, aunque es aún prematuro decir si para bien o para mal. Solo con el transcurrir de los meses y los años conoceremos si esta vuelta de página significa un avance importante para el país, sobre todo en el reto de la reducción de la pobreza y la construcción, al fin, de un Ecuador equitativo y justo.
El presidente Lenín Moreno ha elegido otro camino para llegar a esa gran meta. Y merece una oportunidad. El diálogo es una gran herramienta. Consensuar a un país para juntos luchar por los cambios y por los grandes retos comunes es el gran desafío de todo gran gobernante. Hay ejemplos en el mundo de proyectos de país que se construyeron con el aporte de todos. Y cambiaron radicalmente su historia y su destino.
Sin duda resulta chocante mirar al Presidente de la República junto al alcalde Jaime Nebot y sus concejales, por ejemplo. Y nos choca porque durante una década nos habituamos a las dos sesiones solemnes, a las dos celebraciones de la ciudad; a estar separados y confrontados. Lo cual sin duda es absurdo, pero esas eran las formas de disputa de esos espacios de poder.
Al final, los guayaquileños -inteligentes como son- terminaron votando por los dos. Y nunca la Revolución Ciudadana pudo derrotar a los socialcristianos, quienes durante ya casi 25 años manejan, a su antojo, la Alcaldía. Lo mismo acaba de suceder con la Asamblea Nacional, a los 9 años vuelven a sesionar en Guayaquil. Y ya anunciaron que lo harán también en otras ciudades. Sí, son otros tiempos. Y todos los ecuatorianos deseamos que sean tiempos mejores. Tiempos distintos, que muchos quieren aprovechar para dividir, para confundir, para lograr espacios y prebendas que de otra forma jamás conseguirán.
Debemos volver a creer en los cambios profundos, los que nos lleven -efectivamente- a nuevos tiempos; renovados y creativos. Los nuevos tiempos no deben llevarnos al pasado, sino a ese futuro certero y luminoso para todos. La cultura política de la confrontación -necesaria en cierto momento- caló tan hondo que -para ciertos sectores radicales de izquierda y de derecha- es difícil aceptar estos nuevos tiempos. Nos negamos a dialogar, a conversar, a mirarnos a los ojos y peor a darnos las manos.
Desconfiamos el uno del otro. Y hacemos todo lo posible para no cruzarnos en el camino. Y si es así, nos cambiamos de vereda. Y lo que es peor, llegamos ya a la agresión a mansalva. A no tolerarnos, a ser incapaces de compartir espacios públicos. Es más, incluso espacios privados y familiares.
Lo que no debemos tolerar es la violencia intrafamiliar, política, pública. Y la corrupción. Debemos coincidir los honestos en una lucha frontal contra todo tipo de corrupción. Lucha sin cuartel. Caiga quien caiga. Sabemos que una forma de perpetuar la corrupción es la impunidad. Mientras los que han saqueado fondos públicos sigan campantes gozando de impunidad, será más difícil extirpar esa maldita plaga que es la corrupción. Y no se necesita manejar enormes proyectos con millones de dólares. No. Hay corrupción también en mínimas cantidades. Y por supuesto, en sector público y privado.
El mundo no vive buenos tiempos; plagado de guerras, de crisis económicas y políticas. América Latina no vive su mejor momento. Por el contrario, gobiernos de derecha que, en lugar de continuar el camino trazado por gobiernos progresistas, están hundiendo a sus países en la pobreza y la miseria. Y una oposición violenta ha sumido a un país hermano en una crisis que lo está llevando a un callejón sin salidas democráticas.
Dialoguemos con sinceridad. Dialoguemos sin claudicar jamás en nuestros principios y valores. Dialoguemos para que ganemos todos, no para sacar provecho personal o de grupos corporativos. Dialoguemos pensando siempre en el bien común. Dialoguemos para juntarnos, no para dividirnos. Dialoguemos para aportar, no para restar y mentir. Dialoguemos todos, con sinceridad y honestidad. (O)
