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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

Neoliberalismo versus ciencia

23 de diciembre de 2016 - 00:00

El fallecido Karl Popper se las arregló para convencerse de que la teoría económico-política neoliberal era científica: rara pretensión, ya que si algo muestran los neoliberales es la imposibilidad de asumir que su teoría sea refutada por los hechos. Por el contrario, se ufanan con paralogismos absurdos como “los problemas del neoliberalismo se resuelven con más neoliberalismo”. Así, cuando se les muestra el horror que producen los ajustes brutales al gasto estatal, responden ufanos: “Es que todavía no se ajustó lo suficiente”. Y así siempre, hasta el infinito: nunca un ajuste es todo lo extremo requerido, y por ello nunca la realidad los desmiente. Con tal patética ‘lógica’, niegan ser alcanzados por el criterio que Popper creía universal, el de la falsación de los supuestos de una teoría por los casos empíricos concretos.

Lo cierto es que ciencia y neoliberalismo no se llevan bien. Ni el neoliberalismo tolera algún criterio serio para sostener que sus asertos económicos y políticos sean científicos -ellos están, a la verdad, en las antípodas- ni las políticas neoliberales se llevan bien con la defensa de la ciencia, en la medida en que la asumen como innecesario ‘gasto estatal’.

No la entienden como inversión a largo plazo por sus efectos culturales y tecnológicos, sino como molestia a zanjar en el presente. Es eso lo que estamos viendo claramente en el caso del macrismo argentino.

Este llega a fin de año apretado por las presiones internacionales exigiendo la libertad de Milagro Sala -contra lo cual operan ahora un apresurado juicio ‘exprés’ de dudosa legalidad- y por varias acusaciones judiciales, ligadas a arreglos con las offshore de la familia del presidente; junto a otras offshore que, al parecer, están utilizándose como sitio de llegada de dineros del Estado argentino, según un acuerdo con Qatar del que nada oficial se informa. Pero Macri llega a 2017 con cierto alivio por el acuerdo en el Congreso sobre el impuesto a las ganancias, que había prometido eliminar en campaña, y que -en total contraste- ahora pretendía que afectara a muchos más trabajadores que hace un año. Exhibiendo a los gobernadores en una posición pública humillante como rehenes de los dineros del Estado nacional (o apoyan al proyecto oficial, o no tendrán fondos para gobernar), consiguió de los mismos respaldo a una solución negociada, que se acerca mucho a la inicial propuesta por el macrismo.

Pero a la vez, la protesta social arrecia. No hay día que se pueda transitar regularmente por la ciudad de Buenos Aires, entre piquetes y cortes de calles. Y a eso se ha sumado ahora la movilización y toma de las oficinas centrales del Conicet, principal institución que financia la formación y actividad de investigadores en Argentina.

Se ha limitado al 40% del año anterior los postulantes que han entrado a la carrera de investigador. El discurso negacionista del Gobierno afirma que hay ahora más presupuesto (¿?), declara secamente que los anteriores investigadores “eran demasiados” (¿?), o sostiene que muy pocos daban lugar a nuevas tecnologías, como si la derivación en tecnología fuera la única finalidad de la ciencia, y como si la tecnología se produjera sin la existencia de ciencia básica. Divorcio flagrante entre neoliberalismo y ciencia; desde el ilustre Popper al magnate Macri, la ruptura se mantiene vigente. (O)

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