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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

Machismos, feminismos y oportunismos

26 de octubre de 2016 - 00:00

Parecería ser que el juego limpio es una de las cosas que más se le dificultan al ser humano, sobre todo si es que de campañas electoreras se trata. Medios, analistas, opinadores espontáneos y público en general se rasgan las vestiduras ante comentarios, actitudes y decires de la gente allegada al Gobierno, gobernantes y simpatizantes, pero cuando la oposición o los enemigos declarados cometen errores muy similares se hacen de la vista gorda y miran distraídamente hacia el horizonte silbando el bolero ‘Corazón loco’.  

Veamos, por ejemplo, el bullado caso referido a Cynthia Viteri y el maquillaje. Todo comenzó con la demagógica declaración de ella, identificándose con “la mujer que vendió Yanbal, ropa usada, comida, la que se paraba con un charol fuera del local de dulces, la que fingía ser un maniquí detrás de las vitrinas; soy todas ustedes y todas ustedes están en mí”. A poco de eso, aparece el comentario del Presidente de la República en donde menciona que ella debe conocer más de maquillaje que de economía. Más allá de lo desafortunado del comentario, que lo es, para qué engañarnos, apareció una cantidad indeterminada de voces que se volcaron a defender a Cynthia Viteri ante el comentario del Presidente.

¿Hicieron bien? ¿Hicieron mal? Tal vez no es este el espacio para pronunciarse a ese respecto. Más bien es el espacio para preguntarse dónde estuvieron y dónde están aquellas voces indignadas cada vez que, por ejemplo, la Policía municipal de Quito y Guayaquil, haciendo caso a órdenes superiores, agreden de palabra y obra a las humildes vendedoras ambulantes de la ciudad. ¿No es también eso violencia machista? Y no solamente a través de la ironía. Porque además es la violencia machista en una perversa versión en donde la pobreza e indefensión pública de las agredidas es un factor agravante.

¿Qué ha dicho al respecto la misma Cynthia Viteri, identificada in abstracto con ‘la que se paraba con un charol fuera del local de dulces’, cuando sus supuestas colegas paradas en la calle con canastas de frutas o con un puesto de jugo de naranja han sido agredidas de un modo concreto en su espíritu, en su cuerpo y en su propiedad? Otra situación que da para pensar se relaciona con el trato que se le da a la presidenta de la Asamblea, Gabriela Rivadeneira. Se le ha dicho de todo, y no solamente eso: se le han imputado acciones que jamás ocurrieron, incluso a través de fotografías falsas y trucadas, como la compra de una casa de un determinado precio en un determinado lugar cuando el precio real era muy inferior y el lugar era otro.

¿Alguien ha llevado una contabilización de los memes que la agreden, de chiste en chiste, atacando su condición de mujer, de joven, de inteligente y de varios atributos más que molestan a los representantes de la rancia política nacional? No. ¿Alguien, alguna mujer o feminista del género que sea, ha alzado la voz para defender a esta persona de estos atropellos? Hasta donde se ha visto, tampoco. ¿En algún medio, algún entrevistador enérgico hasta la insolencia ha conminado a los agresores a disculparse por todo lo que han dicho o a aclarar las falsas y tendenciosas acusaciones contra esta mujer en concreto? De lo que se sabe, nada.

¿Dónde queda, entonces, la fuerza moral del ataque al machismo, dónde la validez de ese feminismo de oportunidad, que cuando le conviene se disfraza de actitud combativa, y cuando no, sencillamente se hace de la vista gorda y se olvida de que cualquier mujer agredida tiene el mismo derecho a la defensa de que hacen gala solamente cuando esto beneficia a sus réditos políticos? (O)

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