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El Telégrafo
Mónica Mancero Acosta

Lo sumisas que fuimos

18 de mayo de 2015 - 00:00

Al final de la jornada, todos y todas deberemos dar cuenta de nuestros actos y omisiones, las mujeres que nos definimos feministas también lo haremos acerca de nuestras luchas y cobardías. Estas cuentas no son ante un tribunal divino, sino ante las nuevas generaciones que querrán saber, investigarán, se enterarán. Y ahí deberemos decir lo sumisas o irreverentes que fuimos ante el poder patriarcal, ante el marido, ante la sociedad.

Parece desconocerse cuántas mujeres han luchado incansablemente para que podamos estar donde estamos muchas de nosotras: haciendo opinión pública, poblando las aulas universitarias, abriendo espacios profesionales, representando políticamente. Nada de esto fue gratuito ni una dádiva del poder. La lucha de las mujeres en este país, paralelamente que en el resto de América Latina, ha significado diversas etapas donde las feministas debieron idear estrategias -con mucha imaginación y no menos tenacidad- para poder enfrentar al poder patriarcal en sus múltiples espacios. De un plumazo, un desafortunado discurso y ‘tuits’ de una asambleísta, que se declara sumisa, se barre con una historia completa de lucha feminista de nuestra generación y de las anteriores. Pero no solo barre con las prácticas feministas de lucha, sino que también liquida la inmensa y profusa reflexión sobre feminismo que, paso a paso, las feministas en todo el mundo se han esforzado en construir. ¿Se puede ser sumisa para defender los derechos de las mujeres? Es un retruécano extraño, quizás en las teorías de la resistencia oculta pueden detectarse prácticas semejantes, las cuales suelen desplegarse justo en sociedades donde impera la dominación más recalcitrante; casi quiere admitir que el poder patriarcal más consolidado obliga a la sumisión para sacar una mísera tajada a ese poder, tener a tres mujeres en la dirección de la Asamblea Nacional. No es gran cosa, no es aquello por lo que hemos soñado ni aquello por lo que hemos luchado.


Pruebas al canto, ahí tenemos instalado al Plan Familia con su llamado a la abstinencia sexual y su visión moralista de la sexualidad mientras miles de adolescentes continúan embarazándose sin cumplirse el derecho a una educación sexual laica garantizada por el Estado. Ahí tenemos al Código Integral Penal que está operando para encarcelar a las mujeres que han osado abortar, tratadas no solo como ‘idiotas’ sino como delincuentes. Pero ¿cómo es posible que esto ocurra justo cuando se dice que los avances de género han sido como nunca antes en la  historia de este país? ¿Cómo es posible que suceda justo cuando tres mujeres presiden la Asamblea Nacional? Sin duda el feminismo académico tendrá que hacer esfuerzos para examinar y explicar esta suerte de instrumentalización del género que se ha dado en la Revolución Ciudadana y que, al parecer, empieza a ser emulado en la propia oposición de derechas, con la reciente reunión de las mujeres autoridades locales en Guayaquil. De todas formas, lo verdaderamente importante no es el discurso o el ‘tuit’, que puede ser desde un exabrupto hasta una traición del inconsciente. Lo significativo es que en la gestión de estas tres asambleístas mujeres se haya provocado varios retrocesos en derechos sexuales y reproductivos, justo de aquellos en los que urgía avanzar ahora mismo; es decir, la batalla por la soberanía del cuerpo que ha reclamado el feminismo como una lucha clave, ha sido nuevamente postergada. Cierto que han habido algunos logros específicos de transversalización en algunas leyes, pero el gesto del silencio impuesto desde la cúspide del poder patriarcal, y la consecuente sumisión callada de las asambleístas oficialistas, constituye una verdadera bofetada a las luchas de las mujeres ecuatorianas y permanece aún en el imaginario colectivo. Por eso lastima que nos hablen de sumisión; por eso agravia ese desenfadado reconocimiento público; por eso deberán reconocer ante las nuevas generaciones, ahí sí con más vergüenza que cinismo, lo sumisas que fuimos. (O)

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