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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

La dignidad de cualquier trabajo

21 de diciembre de 2016 - 00:00

Parecería que, en esta, como en otras sociedades modernas, se está terminando (por fin) esa etapa de lo que se conocía como ‘servidumbre’. Hubo un tiempo en que muchas familias de la clase media profesional de nuestras ciudades más importantes, tenían por lo menos dos ayudantes: una persona encargada de la cocina y otra que se conocía comúnmente como ‘muchacha de mano’ y que era quien se encargaba del arreglo de las habitaciones, los recados y otro tipo de menesteres propios del trabajo del hogar.

Las familias más pudientes contaban con algo más: nanas para los niños (muchas veces esta tarea era una más de las de la ‘muchacha de mano’), empleados para el arreglo del jardín, choferes, etc., etc., etc… todo esto facilitado además por una extrema flexibilidad laboral en cuanto a la comodidad de los patronos se requería.

Algunos de los empleados y empleadas de esta servidumbre vivían en la misma casa que sus patronos, claro que en locaciones que nada tenían que ver con la comodidad de las habitaciones y alojamientos de los dueños de casa. También se alimentaban en la misma casa. En cuanto a vacaciones, no tenían el mismo régimen de feriados que el resto de habitantes del país. Las empleadas domésticas, que se llamaban, tenían apenas un domingo cada quince días para salir o ir a visitar a sus familiares, con frecuencia afincados en lugares lejanos.

En otros casos, como de niñas habían sido ‘dadas’ o regaladas a las señoras para quienes trabajaban, las muchachas de mano o empleadas domésticas apenas podían dar una vuelta por la ciudad cada dos domingos. Para algunas cosas, todas las ‘nanas’ y empleadas del hogar eran consideradas ‘como de la familia’. Para otras, evidentemente, no lo eran. Y así se daban ciertos problemas de pertenencia y adaptación que influían poderosamente en la psicología, tanto de los patronos como de las empleadas.

Con ciertos avances de la estructura social y, sobre todo, con la movilidad que han provocado, cada vez son menos las personas dispuestas a trabajar en oficios como los mencionados. Posiblemente el trabajo doméstico para terceras personas sea en poco un oficio en extinción, salvo en ciertos ambientes. Sin embargo, también es importante mencionar que durante mucho tiempo las labores domésticas se han constituido en una importante fuente de trabajo para un grupo de mujeres de nuestro país.

Y eventualmente, también de hombres. En el momento en que para este tipo de trabajo se crea una regulación laboral muy similar a la que existe para otros y no se diferencia en ninguno de sus beneficios de ley, la perspectiva de seguir manteniendo empleadas para el trabajo doméstico se vuelve cada vez más difícil para las familias de clase media que, por obvias razones, no se constituyen en empresas con fines de lucro y ven afectada su economía.

Las desafortunadas declaraciones de uno de los típicos faranduleros con ambiciones políticas han puesto otra vez el tema sobre el tapete. Olvida el señor que todo trabajo es digno, y que los despidos intempestivos no son necesariamente la mejor manera de solucionar ciertos problemas. Sin embargo, también es importante tender a que, en la vorágine que todo cambio de vida significa, el lado más débil de la cuerda (o sea, las mismas empleadas del hogar) no se vea gravemente afectado por situaciones de desempleo, más precarización laboral y similares que pueden dar como resultado todo lo contrario de lo que se pensaba: un mejoramiento justo y válido para su calidad de vida. (O)

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