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La política es pasión, desde donde se vea. Como tal, acarrea sentimientos intensos. Mientras más politizada una sociedad, más integrada a sus propios retos, al contrario de quienes piensan que la política distancia o divide. Pero también es cierto que quienes más mal hablan de la política solo la ejercen cuando buscan hacer realidad sus objetivos muy particulares.
Y si la política es pasión eso incluye confrontación de ideas, intransigencia sobre tesis y debate continuo. Es más: el mayor ‘encanto’ de la política ese ese ir y venir de ideas, tesis y debates para construir el propio pensamiento y el del adversario. Por lo mismo, huir de esa realidad implica no hacer política.
De ahí que resulta extraño y harto falso que algunos actores políticos quieran ‘descafeinar’ la política, dejar de lado las ideas, tesis y principios para proponer una supuesta armonía encadenada a la ausencia de disputa y divergencias. ¿Por qué lo hacen? ¿Por el puro afán de empedrar el camino al cielo y aparecer como impolutos, castos y santos? No, definitivamente NO, así, con mayúsculas: ahí se esconde otra conducta y una estrategia política para desmoronar la politización vivida en estos años, en el más estricto sentido de la palabra.
Por eso sorprende que quienes rechazan cierta intransigencia sean quienes no quieren dialogar sobre las leyes de Tierras, Aguas y Comunicación, entre otras. Solo aceptan ‘el orden natural de las cosas’ para que nada sea regulado y todo funcione al vaivén de las aguas. Es más, esos sectores ahora niegan la existencia de una lucha de clases. Y mayor sorpresa causa que sean los mismos que estudiaron el materialismo histórico y dialéctico casi como los monjes la Biblia. Ellos son los que culpan a un supuesto populismo la desaparición de la lucha de clases y los que ahora se unen a las derechas liberales, multicolores, multiculturalistas y sin ideologías para, supuestamente, construir una sociedad sin conflicto, ¿la de las siete armonías de Jamil Mahuad?
Cuando se convocan esos postulados o supuestos valores democráticos, en realidad, se justifica la construcción de una hegemonía ‘light’ y para desarrollar una cultura política neoconservadora, de las cuales el más evidente signo y representante es el alcalde Mauricio Rodas y todo su aparataje ideológico. ¿Será por eso que no coinciden con un Guillermo Lasso mucho más frontal en expresar sus doctrinas? ¿O por eso algunos periodistas, analistas y editorialistas no entienden qué mismo quiere ese alcalde cuando esperaban que fuese el contradictor directo y frontal del presidente Rafael Correa?
La verdadera política siempre provoca -como dice Slavoj Zizek- un cortocircuito y desestabiliza el orden operativo ‘natural’ de las relaciones en el cuerpo social. Y también -siguiendo al filósofo esloveno- la verdadera lucha política es una “lucha paralela por conseguir hacer oír la propia voz y que sea reconocida como la voz de un interlocutor legítimo”.
Por eso la intransigencia está al orden del día, aunque algunos la escondan en una supuesta armonía como la imaginaba Mahuad y es, en la práctica, el síntoma de una democracia viva.