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El Telégrafo
Erika Sylva Charvet

Huairapamushca

15 de agosto de 2017

La desorientación que embarga hoy a buena parte de la militancia de la RC se originaría en la falta de voluntad de Lenín Moreno de representar políticamente a la mayoría que optó por la continuidad de ese proyecto en las elecciones del 2-04-2017. Representar, es decir, actuar en nombre y defender los intereses de la RC no ha sido algo que ha caracterizado su gestión de menos de 100 días, en los que más bien ha tendido a acercarse y hasta a representar los intereses del gran capital, a contravía de la Revolución, desatando una crisis política aguda dentro del movimiento PAIS.

Cuando Moreno renunció a la rendición de cuentas semanal a través de los enlaces ciudadanos, y, más aún, cuando empezó a lanzar dardos contra la gestión económica de Correa, no se percataba de que estaba destrozando sus propias posibilidades de edificar su representatividad política, porque rompía con la identificación emocional con sus representados que debía construirse a través de la mediación de la memoria de un pasado inmediato -la década ganada-, vínculo subjetivo de orgullo, autoestima, esperanza y confianza entre líderes y bases sociales de la RC.

La carta de Jorge Glas del 2-08-2017 -que enojó a Moreno- constituía justamente un reclamo por ese vacío de representatividad. Su respuesta extralimitada de retirarle las funciones asignadas profundizó la crisis en PAIS, llevándola a otro nivel al provocar una crisis institucional de gobierno. Porque, como Rafael Quintero lo ha señalado, no somos una monarquía sino una república democrática y, en ella, la representación y legitimidad recaen en las dos máximas autoridades por las que votó la mayoría. La decisión del Presidente de dejar sin funciones al Vicepresidente rompía con ello y con el mandato del soberano.

Claro que el presidente Moreno la justificó haciéndose eco de las acusaciones de corrupción contra Glas esgrimidas desde hace varios años por la derecha. Pero, ¿acaso no lo escogió él mismo como su binomio, ratificándole su confianza? Y, más aún, ¿podía acaso un representante de la RC desconsiderar el contexto latinoamericano de presión de los poderes fácticos sobre los procesos progresistas para cambiar la correlación de fuerzas a su favor, manipulando, precisamente, el discurso en torno a la corrupción? ¿Podía acaso olvidar los casos de Lugo, Dilma y Lula? Por supuesto que no.  Pero optó por seguir a la derecha política y mediática y abandonar la premisa básica de la justicia: la presunción de inocencia de Glas.

Tales incongruencias han hecho languidecer más todavía su representatividad de la RC, corroborando entre las bases más populares la percepción de que ya no comparten con él las mismas características y cualidades. De ahí los rechazos en las redes e incluso en las  calles a tan pocos días de instalado su gobierno. De continuar este curso de acción, cabría preguntarse, ¿es que la derecha adoptará a Lenín Moreno como su representante o acabará como un huairapamushca político? (O)

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