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El Telégrafo
Jorge Núñez Sánchez - Historiador y Escritor

Fiestas cívicas

08 de diciembre de 2016 - 00:00

Respecto de las fiestas cívicas, los ecuatorianos pareciéramos estar condenados a una eterna y curiosa guerra civil: eterna, porque no termina nunca, y curiosa, porque se desarrolla al interior de cada uno de nosotros, donde compiten entre sí nuestras raíces históricas y culturales.

Cada seis de diciembre, mientras los cabildos quiteños reivindican su tradición hispanista, hay un sector de la población que se siente ofendido por la celebración de la conquista española y del asentamiento de la villa de San Francisco de Quito, fundada meses antes por Diego de Almagro. Si a lo anterior agregamos la paralela celebración que hacen las principales ciudades del país, tanto de su fecha de independencia como de su fecha de fundación española, el panorama del conflicto interior parece estar completo.

Cinco siglos después de la conquista y dos siglos después de la independencia, la pervivencia de esos encontrados sentimientos muestra el vigor de nuestras diversas memorias colectivas, pero plantea también la necesidad de una paz definitiva en nuestro espíritu. Una paz que nos permita reencontrarnos, como nación y como república, con nuestros diversos orígenes étnicos, expresiones culturales y afinidades políticas.

Y es que podemos ser conscientes de lo que significó la conquista europea, con su carga de violencia y destrucción de numerosas culturas nativas, y tener una paralela lucidez sobre los valores de nuestra independencia nacional, conseguida al costo de abundante sangre, sudor y lágrimas.

Finalmente, sobre la base de esa doble conciencia histórica, podemos asumirnos como lo que somos: una nación mayoritariamente mestiza, con importante presencia de pueblos indígenas y afrodescendientes, que todavía lucha por resolver los problemas legados del colonialismo y prolongados por la república oligárquica. Dentro de ese panorama, resulta lamentable que haya sectores sociales que busquen imponer un hispanismo a ultranza y sigan con la añoranza de la Madre Patria perdida. Otros, por su parte, viven con la añoranza del retorno a un incario imaginado, olvidando que los incas fueron también conquistadores y se impusieron sangrientamente a los pueblos nativos.

Es, pues, hora de reconocer las derrotas de la conquista y los triunfos de la independencia, hora de asumir con dignidad nuestros varios orígenes étnico-culturales, hora de ver a nuestras ciudades como el resultado de un esfuerzo colectivo, hora de enorgullecernos de esta lengua que tiene aportes castellanos, pero también indígenas, africanos y sefarditas.

Nuestro idioma nacional, el castellano de América, es quizá la mayor y mejor expresión de nuestro ser mestizo. Los ecuatorianos e hispanoamericanos de hoy no hablamos como los conquistadores y tampoco como los españoles de hoy. Hablamos una lengua nueva, surgida de ese choque, convivencia y convergencia cultural producidos durante cinco siglos. Una lengua que se ha vuelto universal y que es, hoy mismo, la segunda más hablada a nivel internacional, después del inglés. Una lengua que, según afirman sociólogos de EE.UU., será la lengua más hablada en ese país dentro de unos cincuenta años.

Pero volvamos al tema original para decir que, entre las fiestas cívicas, yo prefiero celebrar las fiestas que marcan y reafirman nuestra independencia: el Diez de Agosto, el Nueve de Octubre, el Tres de Noviembre, el Diez de Noviembre y otras similares. (O)

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