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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

El largo viaje de la palabra democracia

08 de diciembre de 2016 - 00:00

La palabra democracia es más vieja que las palabras liberalismo y libertad; tiene más de 2.500 años y fue inventada en el viejo mundo. Las sociedades crean y olvidan palabras, literalmente las asesinan por inútiles. Cuando una de ellas sobrevive largo tiempo e incluso salva las rupturas históricas, significa que, además de ser útiles para comunicar, son el centro de una filosofía vital. Pero si una palabra es el sustantivo principal de una filosofía, la cual plantea preguntas y especula racionalmente, quiere decir que su significado no es estable, ni convencional ni definitivo, por lo tanto, está en construcción permanentemente, hay una lucha entre varios para dotarla de sentido. De todas formas, aunque su semántica sea dinámica, no hay duda de que la democracia se relaciona esencialmente con la política y un conjunto de reglas que regulan la acción para medir fuerzas contrarias y, de esa manera, evitar la guerra.

Semánticamente, ‘demo’ es el pueblo y ‘cracia’ el poder. Es decir, que la palabra contiene dos sustantivos que unidos construyen el concepto del pueblo ejerciendo el poder. El problema de la democracia es que en cada momento de su historia, los poderosos han cambiado el concepto de pueblo (‘demo’) de acuerdo a su conveniencia. En la Grecia antigua, donde fue inventada la palabra democracia, definieron al pueblo como el conjunto conformado por hombres libres, considerados como tales por su independencia económica. Por lo tanto, bajo ese principio, ni las mujeres ni los esclavos eran parte del pueblo. Es decir, en la vieja Atenas (500 a.C.), la ‘demo’ real tenía una ‘cracia’ limitada.

Hace poco más de 200 años se generalizó la noción de soberanía popular, conformada por la suma de individuos-fragmentos, los mismos que, en nombre de su potestad originaria, realizaban un pacto y delegaban el ejercicio del poder de la ‘demo’ a sus representantes. A partir de entonces, los poderosos han intentado ejercer la ‘cracia’, pero sin la base social.

En su momento aparecieron dos palabras nuevas que algunos intentaron unirlas al concepto de democracia: las palabras liberalismo y libertad. Actualmente estamos en el punto de la historia en el que se desarrolla una lucha de sentidos, para redefinir la democracia en relación con el liberalismo.

La gente de derecha ultraliberal considera que una democracia debe caracterizarse por garantizar la libertad de circulación de todo, tanto de los bienes como de las ideas mercancía. Por lo tanto, intentan fundamentar una ‘cracia’ neoliberal sin una ‘demo’, lo cual significa una contradicción esencial, puesto que pretenden que la democracia garantice los derechos de la mercancía y no los de las personas.

Del otro lado están los que creen que la democracia debe ser social y humanista. Esta posición nació en Francia, en el siglo XVIII, y desde entonces se identifica con el nombre de ‘izquierda’. Su primera gran lucha fue la de garantizar el voto y la ciudadanía universal; asimismo, derechos políticos, sociales y económicos. Bajo esta perspectiva, el ‘mercado’ no es sujeto de derechos porque no es persona y debe ser regulado para el bien social.

Qué viaje tan largo ha tenido la palabra democracia. Hay quienes dicen que la democracia es en realidad la utopía que nos mueve en la búsqueda de un sistema político, en el que, de forma colectiva, se tomen las decisiones para garantizar la reproducción de la vida social. (O)

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