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Meryl Streep sorprendió en la entrega de los premios Globos de Oro cuando al recibir el galardón por su trayectoria expresó: “Hollywood avanza gracias a los extranjeros y a los que llegan de afuera. Si los echamos a todos, no tendremos nada para ver más que fútbol y artes marciales combinadas, que no es un arte”. Y luego, en la posesión de Donald Trump, numerosas figuras de Hollywood -actrices, actores y cantantes- encabezaron masivas manifestaciones en las calles.
En Ecuador es casi un lugar común que los cantantes, sobre todo de pop y figurillas de pantalla, se sumen a campañas políticamente correctas -el cáncer, las mascotas- y presten su ‘imagen’ para complementar propuestas mediáticas de agencias publicitarias. Pero nada más. Y desaparecen tan rápido como cuando llegan a la meta en una carrera atlética, ahora tan de moda. Y de política, nada. Y no me refiero a la militancia partidista.
En verdad, desde los tiempos neoliberales que hundieron al continente en la tragedia y la ruina han intentado convencernos de que hablar -y asumir- un compromiso político es volver a los 60-70, cuando los intelectuales y artistas asumían sin temor y con total determinación una postura política. Y no solo que la defendían, sino que se convertía en una causa y razón de vida.
Quizá Sartre sea su cabeza más visible: “La política es una ciencia. Con ella puedes demostrar que tú tienes razón y que otros están equivocados”, decía y resumía con total precisión lo que debemos entender por militancia: “El compromiso es un acto, no una palabra”. Así de cierto, y contundente. Y fue responsable y consecuente con esas palabras, se negó a recibir el Nobel de Literatura con un argumento igual de contundente: “Aceptarlo sería ponerme al servicio de la Academia sueca”.
No podemos olvidar a otro gran actor que asumió como una causa de vida la defensa de los indios norteamericanos, al punto que no acudió a recibir el Óscar -por su actuación en El padrino- pero sí acudió una mujer nativa -Pequeña Pluma-, quien envuelta en su traje originario dijo ante la sorpresa de todos: “Con mucho pesar vengo a decirles que Marlon Brando no puede aceptar este premio”, lo que causó la indignación de la noble y pulcra Academia. Y Brando dijo: “Resulta grotesco festejar a una industria que había difamado y desfigurado sistemáticamente a los indios norteamericanos”.
Sin embargo, hoy lo común es que a los jóvenes artistas -escritores, por ejemplo- les importe muy poco la política, y asumen el viejo y repetido discurso: “Mi compromiso es con mi escritura”. Y admiran y hasta rinden homenajes a los poetas ‘tzántzicos’, precisamente los poetas -reductores de cabezas- militantes. Paradojas de estos tiempos, de Macs, ‘Face’ y Twitter.
Y es de esto que conversábamos precisamente en estos días con intelectuales de izquierda, cuando firmaron una declaración de apoyo a la candidatura de Lenín Moreno.
Las múltiples reflexiones que suscitó el encuentro que los reunió en Quito evidenciaron una gran necesidad: la ausencia de espacios para el debate y la discusión, que no son -obviamente- las redes sociales. La lucha de las ideas necesita un permanente espacio en donde se expresen y se desarrollen a su modo y a sus anchas. Sobre todo porque al final siempre nos queda una certeza, que ya la advirtió el mismo Sartre: “El hombre está condenado a ser libre, ya que, una vez en el mundo, es responsable de todos sus actos”. (O)