Las fronteras son líneas divisorias de territorio, que marcan la separación de soberanías de uno y otro Estado. En algunos continentes, como en Europa, las fronteras también señalan regularmente los límites de presencia de las naciones, de modo que hasta aquí se habla un idioma y tras la línea fronteriza se habla otro. Se exceptúan de ello España e Inglaterra, que son herederas de antiguos imperios y guardan en su seno a varias naciones con cultura propia, y Suiza, que es una suma de tres culturas vecinales.
Pero en Hispanoamérica, que es una colección de naciones surgidas de la misma matriz histórica y cultural, las fronteras pesan menos y, en ocasiones, casi nada. A uno y otro lado se habla el mismo idioma, se piensa y come de modo parecido y hasta viven familias emparentadas con las de la otra orilla.
También se compra, se come, se estudia o se trabaja a un lado y otro, con lo cual casi podría decirse que las únicas diferencias reales entre las gentes de la región son las impuestas por las leyes de ciudadanía y de fiscalidad.
Claro está, también cuenta la presencia de policías, militares y agentes de aduana de cada país, que tienen uniformes diferentes a los de enfrente. Y son igualmente diferentes las monedas, que regularmente son uno de los símbolos de la soberanía nacional, menos en nuestro caso, donde una abusiva dolarización nos privó de moneda propia y nos tiene en apuros para preservarla.
Estas reflexiones y otras parecidas han florecido entre los historiadores ecuatorianos y colombianos que nos reunimos la semana pasada en la ciudad de Pasto, para participar en el Tercer Simposio Binacional de Historia Colombia-Ecuador, convocado por nuestra Academia Nacional y la Academia Nariñense de Historia. La reunión contó con el respaldo de la Gobernación de Nariño y tuvo lugar en la sede del Banco de la República.
Tras el Primer Simposio realizado en Pasto, en octubre de 2014, suscribimos un convenio de cooperación en Yahuarcocha, a fines de ese año, y tuvimos un Segundo Simposio en Ibarra, en noviembre de 2016. Ambos coloquios concitaron gran presencia pública y dejaron como recuerdo excelentes libros de memorias.
Ahí están los temas de cada reunión: historia precolombina, asuntos coloniales, conflictos y guerras de independencia, relaciones binacionales, economías regionales, experiencias políticas, etnias y mentalidades, personajes destacados, ideas políticas y sociales, etc.
Ahora, en este tercer simposio, se trataron diecisiete ponencias, sustentadas por once ponentes ecuatorianos, seis colombianos y un ecuatorianista alemán.
Ellos expusieron temas sobre caminos y correos coloniales, la llegada de un héroe quiteño a la presidencia de Colombia, los conflictos militares fronterizos y las discrepancias político-religiosas ocurridas en el siglo XIX, así como la lucha por el sufragio femenino en ambos países ya en el siglo XX.
Empero, el peso mayor de las ponencias y debates ha estado en el estudio comparado de las expresiones culturales de uno y otro país, especialmente en el campo de la gastronomía, que motivó cuatro ponencias.
Igualmente el impacto del pasillo ecuatoriano en Colombia y las influencias mutuas, la educación colonial y republicana, las migraciones y la literatura de frontera, la fotografía y la memoria colectiva, la cultura de mar, los usos funerarios y la cooperación mutua para la protección de culturas étnicas.
En suma, una espléndida jornada de recuperación de la memoria compartida. (O)