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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

Una niña sola, llorando, en un parque

22 de diciembre de 2016 - 00:00

No es bueno que una niña esté sola en un parque, porque dicen que el mundo está lleno, no de lobos feroces, sino de seres humanos temibles. En todo caso, hace más de cien años, en el parque Karlovo, de Praga, una niña de siete años corría desconsolada, de un lado a otro, y buscaba entre los arbustos y bajo las bancas. Era un domingo frío de octubre, y un hombre de poco más de veinte años, flacuchento, de ojos negros y saltones, de orejas puntiagudas como de felino, de aspecto tímido, y enfundado en una gabardina demasiado grande para su talla, se acercó a la pequeña, le acarició la cabeza, y le preguntó por qué lloraba.

La niña tuvo un poco de temor. Pero era más grande la causa de su llanto, así que intentó controlarse y le explicó al hombre, en medio de sollozos, que había perdido a su muñeca Katiushka. La había dejado sobre una banca para perseguir una mariposa, y al regresar la muñeca no estaba. El hombre le dijo que la buscarían juntos y caminaron algunos metros tomados de la mano. De repente, propuso algo: “Tú te vas por allá, y yo por este otro lado. Así la encontraremos más fácil, y nos volveremos a ver junto a esta fuente, en un momento.”

La niña accedió y se alejó dando saltitos juguetones, llamando en voz alta “!Katiushka, Katiushka…!. Después de un rato se volvieron a encontrar, pero la muñeca no apareció. Entonces el hombre le dijo a la niña que había alcanzado a ver a la muñeca cuando se convertía en mariposa y se empezaba a perder entre las nubes. La niña abrió los ojos en una mezcla confusa de asombro, pesar y admiración, convencida de lo que aquel hombre le contaba. Entonces le completó la historia y le dijo que la muñeca había decidido conocer algo del mundo, que le enviaba un beso, y que cada día le escribiría una carta. La niña se quedó tranquila y fijaron una cita para el día siguiente.

Durante tres días el hombre le llevó la carta a la niña, con las aventuras de la muñeca en mundos que nadie podía imaginar. Al cuarto día, cuando al hombre le pagaron su sueldo, compró una muñeca y se la regaló a la niña, diciéndole que era una hermanita de Katiushka, que debería cuidar. Además, que el país que iba a visitar, todavía no había inventado el papel y las cartas quedarían suspendidas durante mucho tiempo. La niña se despidió, feliz, y nunca se volvieron a ver. El hombre se llamaba Franz Kafka, y luego se convirtió en el escritor lleno de ternuras y dolores, que nos escribe desde mundos que sí existen, y al que nadie nos ha podido robar.

En el mundo del ajedrez no existen las fantasías, aunque sí los lobos feroces disfrazados de peoncitos solitarios.

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