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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

El Santo que, sin serlo, hace milagros

08 de diciembre de 2016 - 00:00

Dicen que la gente se divide en dos clases: los locos que coleccionan cualquier cosa, y los locos que no lo hacen. Entre los coleccionistas, en Quito existe uno de los más especiales del mundo: Un tipo que guarda todo lo que no sirve o no funciona: barajas incompletas, botones rotos, anuncios con errores de ortografía, billetes y monedas falsas de todo el mundo, y cien extravagancias más.  Pero lo más preciado es la estatuilla de un Santo que tiene dos historias.

La primera, fue cómo llegó a sus manos. La escultura es de San Simón de Trento, y mi amigo tuvo la buena suerte de que su abuela, señora ricachona y devota, se la trajera directamente, bendecida desde Roma en el lejano año de 1965, un mes antes de que el Santo dejara de ser Santo. Nuestro amigo jura que, a pesar de todo, este San Simón le hace milagros y no se desprendería de él ni aunque le ofrecieran una baraja incompleta.

La segunda historia es cómo hicieron santo a Simón, y cómo lo deshicieron muchos años después.  Un día de 1475 en Trento, Italia, desapareció un niño de tres años y luego fue encontrado, muerto, en un canal. Las autoridades acusaron enseguida a los judíos del lugar y capturaron a siete de los más prominentes. Los jueces y teólogos coincidieron en que sólo ellos podían haberlo hecho, para utilizar la sangre de un cristiano en un oscuro ritual judío.

Bajo horrendas torturas que es mejor no describir, los judíos confesaron, por supuesto, y por supuesto fueron  quemados vivos ante muchedumbres delirantes. Cien años después,  el papa Sixto V repitió el juicio y los volvió a encontrar culpables. Enseguida el mismo Papa canonizó al bebé y así nació San Simón de Trento, que presidió las fiestas de la ciudad durante siglos.

Hasta que llegó el Concilio Vaticano II y decidió revisar esa y otras historias. Establecieron que las acusaciones habían sido forjadas, y que el juicio, las torturas y la muerte de los judíos, habían sido un sinsentido y una negación de los más elementales derechos.  Entonces a San Simón lo suprimieron de la lista de santos, lo mismo que a una treintena que no tenían méritos, y se prohibieron misas y venta de reliquias y objetos con su nombre.

Por suerte,  para mi amigo, su abuela se adelantó a todos los cardenales, y compró la estatuilla antes de que dejara de ser santo. Y no solo eso: prohibida y todo, le sigue haciendo milagros. Ahora le está pidiendo al santo, que alguien le venda una baraja incompleta.

Dicen que el ajedrez es un mundo curioso donde nunca nadie ha hablado de milagros, sino de otras cosas como la razón.

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