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La televisión de la nostalgia

La televisión de la nostalgia
14 de junio de 2016 - 00:00 - Por: Pedro Ortiz Jr.

La televisión de ahora es un entretenimiento conchudo, con poca vergüenza o sin nadita de ella, una caradura que se mete en tu casa sin que la invites, basta con asomarse por la ventana de uno de sus programas y se lanza sobre ti para enamorarte, y te fascina, te baila, te canta, te invita a jugar fútbol, te lleva al cine, te grita promociones, te cuenta sus penas e historias y todo con la velocidad del zapping a 240 clicks/hora.

Pobre de aquellos cientos de libros que ya nunca serán leídos, llenándose de polvo junto a los discos de acetato, cerca de los casetes cromados, arrimados a las consolas de Atari, Nintendo, pegados al betamax y al vhs con edificios de películas, compradas, alquiladas y nunca devueltas, todo esto al lado de los pilares organizadores de CD a los que ya nadie les para bola y son condominios para arañas, hormigas y cucarachas.

La casa misma es una invitación a la añoranza, llena de las cosas que antes solíamos usar a diario, máquina de coser con pedal, máquina de escribir con las cintas secas, teléfonos de rosca, tocadiscos sin aguja, los hijos grandes en sus cuartos chicos y los ecos en refugiados en las paredes llenas de visitas de los abuelos.

Los recuerdos me asaltan a punta de nostalgia armada, recuerdo que sentarme frente a la caja boba no me hipnotizaba, sino que me invitaba a imaginar. Era fantástico, de chico deseaba que me compren una pelota cuadrada como la que pedía Quico, comer los pastelillos de Doraemon o saber los misterios de su bolsillo y volar con el “gorrocóptero”. Dejé de tenerle asco a las espinacas por Popeye y pensé en la lasaña de Garfield, la pizza de las tortugas ninja, la torta de jamón del Chavo del 8, cualquier bocadillo que engulleran Shaggy y Scooby Doo, las costillas de brontosaurio de Pedro Picapiedra y más.

Era hasta emocionante pensar con algún día manejar la furgoneta del Super Comando, sentarse como Michael Knight al volante de KITT ‘El auto fantástico’, picar y saltar un barranco con el General Lee y su bandera confederada de los orgullosos sureños ‘Duques del Peligro’ y por último hasta ser amigo de un personaje generado por “modernísimas computadoras” como ‘Automan’ para que nos lleve en su carro con su mascota “cursor”, para subirnos al ‘Lobo del Aire’, el helicóptero héroe que debió ser medio pariente de “El cóndor”, una motocicleta con aires de vengadora nocturna.

Los detectives especiales plagaban la programación desde Miami Vice hasta Magnum, pasando por Sledge Hammer (’Qué bestia’, según algún genio de la época) y Matt Houston, pero ninguno fue mejor que Manimal, el individuo que podía mutar en animales, pero solo se convertía en halcón, puma o pantera, y contadísimas veces en culebra cuando cambiaba de canal estaba peleando con la resistencia humana contra los extraterrestres reptilianos de ‘V: Invasión Extraterrestre’, que comían ratones y cuyas naves corrían el riesgo de chocarse con el torpe rubio de pelo ensortijado con capa llamado Superhéroe por accidente. Con la TV de antes era bonito soñar, imaginar y luego salir a jugar, a muchos nos dejó una semilla creativa plantada con un mensaje que persiste en una frase: “Piensa en grande con un corazón de chico”. (O)

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