Soy el menor de cuatro hermanos, me anteceden tres ñañas grandes con las cuales compartía la única televisión de la casa, por lo que entenderán que, antes de ver a Tico Tico a las cinco de la tarde, muchas veces me tocaba ver las dos telenovelas que daban seguidas previamente a que el payasito cantara “Ya comienza el programa...”.

Por eso tengo años de entrenamiento en intrigas y engaños, soy cinta negra en dramas y pérdidas irreparables, pobreza e injusticias, maldad, crueldad y malos entendidos. Por último, hasta puedo decir, soy cinta negra en redenciones y finales felices de seriados extranjeros, porque antes casi todas eran venezolanas, el otrora imperio de la producción dramática en Latinoamérica. De a poco llegaban las historias brasileñas, algo de Argentina; de Colombia aún no se esperaba nada y Medio Oriente quedaba en los cuentos de Disney.

Pero un día todo cambió y la producción nacional retomó el camino de las telenovelas. Y lo hizo en grande, ahora justo recuerdo haber visto muchas telenovelas ecuatorianas, tal vez a usted también le suene El ángel de piedra, La chica de Manta, El segundo enemigo, Los que vendrán, Por amor propio, Una mujer, Lola calamidades, Isabela, Valeria, Puerto Lucía, Dulce tormento, El gran retorno, María Soledad, dentro de las viejitas; y en las más nuevas, Sin límites, Amores que matan, Yo vendo unos ojos negros, Corazón dominado, La hechicera, Kandela, El cholito I y II, El garañón del millón, El secreto de Toño Palomino, El exitoso Lcdo. Cardoso, Rosita la taxista, y otras que se me escapan, pero que son dignos antepasados, unos más que otros, de la más reciente: Tres familias.

Yo no tengo vergüenza ni empacho en admitir que me gusta Tres familias. Su gran logro -según yo- es tener una clase media ciento por ciento identificada y las restantes recibiendo altas dosis de un show divertidísimo, criado al calor de las risas de programas anteriores que contenían las mismas historias y los mismos personajes y que sirven para darnos el pie de vacilar relajados el “¡Qué te pasó!”, con el “¡Mira lo que dice esta mujer!” y poder cantar el “Todos estamos bien. ¡Excelente!”.

Martín Calle es el antihéroe por naturaleza, gran actor. Me alegra que el ‘galán de moda’ ecuatoriano sea él, porque es como el Chapulín Colorado, un campeón que supera sus defectos -que tiene muchos- y está lejos hasta de querer superarlos. Y esto le pasa en todos los programas en que trabaja. El villano es otro grande, Andrés Garzón, quien nunca repite personaje, a pesar de que le toca ser el malo casi siempre. Me refresca volver a ver a Frank Bonilla haciendo lo que mejor le queda: ir guapeando de millonario.

Los jóvenes son un gran descubrimiento, Pepe Tola y Barbarita Najas, ella aporta dotes actorales precisos y él tiene frescura e inocencia y sus tentadas caen bien dentro de un lenguaje que ha acogido como acierto los pequeños errores, como las risas de Cecilia Cascante que la vencen con cada cara de Martín.

Érika Vélez, Marcela Ruete, Christian Maquilón, Luciana Grassi, Isidro y Miriam Murillo, los actores invitados y el resto del ‘cast’, caen muy bien y la trama encanta y moviliza, tal como si fueran amigos, panas, gente del barrio, como si fueran de la familia. (O)