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No los perdone Imre, porque saben lo que hacen

No los perdone Imre, porque saben lo que hacen
11 de abril de 2016 - 00:00 - María Fernanda Ampuero. Escritora

¿Puede alguien comprender que todo un pueblo quisiera exterminar a otro? ¿Hay alguien que pueda entender un horror así?

Imre Kertész

Usted dijo, Imre, que Holocausto era una palabra equivocada porque diluía esa violencia —esa violencia, sabemos de cuál hablamos— y parecía sacralizarla. Para usted, el Holocausto no fue un asunto interno entre judíos y alemanes, no, para usted significó el punto final de una crisis moral y espiritual de Occidente, el piélago donde se hundieron los valores que habían sustentado la civilización europea durante siglos.

Imre, usted era el otro cuando ser el otro significaba el horror más nítido, más matemático, más perversamente efectivo. No tengo que decírselo a ese chiquillo de quince años que estuvo primero en Auschwitz y luego en Buchenwald y que, aunque salió del infierno, creció, escribió, ganó el Premio Nobel y murió a los 86 años en su cama de Budapest el último día de marzo de 2016. En realidad nunca salió de esos campos de concentración. No se sobrevive a ciertas cosas, aunque no te maten, dice Nic Pizzolato. Nunca regresó de allí. Hay sitios, Imre, usted lo sabía con cada una de sus neuronas, de los que nunca se vuelve.

Por eso escribió. Con ferocidad, pero sin florituras. Usted sabía, Imre, que lo de verdad horroroso es escueto, no soporta adjetivos. Escribió, por ejemplo, Sin destino (1975), donde narra el paso de Gyurka, un joven húngaro y judío por los campos de exterminio nazis en el último año de la Segunda Guerra Mundial. En ese libro, en esa maravilla de libro sobre el sobrevivir frente a lo atroz, y que le llevó trece años de su vida terminar, usted escribió:

Si existe la libertad entonces no puede existir el destino, por lo tanto, nosotros mismos somos nuestro propio destino.

Y esto:

Enseguida nos contaron, nos ordenaron, nos llevaron (a Buchenwald) y nos trajeron, para determinar quiénes dormirían en qué tiendas: nos pusieron en filas de diez, delante de nuestros respectivos bloques [...] Mi vecino de la izquierda era un hombre alto y delgado [...] quería saber cómo había llegado hasta allí, a lo que yo respondí: “Fue muy fácil, sólo tuve que bajar del autobús”. “¿Y qué?”, preguntó. Le respondí que nada más, que allí estaba.

Qué doloroso debe haber sido para usted, Imre, que durante quince años, por la censura de la posguerra y por el racismo que había aún en Hungría, su obra fuera considerada menor, otro libro más sobre esa época, algo insignificante. Sí, en 1986 usted se quejó: “siempre seré un escritor húngaro de segunda fila, ignorado y malinterpretado”. Hasta que se tradujo al alemán. Fíjese. Y entonces todo el mundo supo su nombre. Hoy se sabe que Sin destino es para la crítica la mejor obra de testimonio sobre la experiencia de los campos en la Segunda Guerra Mundial. Lo que más se destaca de su obra es la falta de sentimentalismo, de pirotecnia lacrimógena, que la hace, mire qué contradicción, tan desgarradora.

Y en 2002 le dieron el Premio Nobel de Literatura, y todo el mundo recuerda su cara de felicidad —luz de redonda manzana— en las fotos y esto que dijeron de usted: “por una obra que conserva la frágil experiencia del individuo frente a la bárbara arbitrariedad de la historia”. Fue una reparación enorme.

Imre, ay, su vida: ese muchachito que a los quince años fue obligado a llevar una estrella amarilla y así, de repente, cuando estaba empezando a aprender a besar tuvo que empezar a aprender a sobrevivir. Lo hizo. Pero no tanto. Pero para qué. Volvió para encontrarse que Budapest ya no era Budapest, sino una ciudad donde usted ya no tenía domicilio porque unos extraños vivían en el departamento de sus padres y usted era un niño solo, un huérfano que había envejecido tres, ocho, diez, mil años en un año. Toda su familia había desaparecido en las fauces del monstruo nazi. ¿Qué hacer contra eso sino entregarse a contarlo con todas las fuerzas?

Para evitar que se repita. Para evitar que se repita. Para evitar que se repita.

La esencia de mi obra consiste en trasladar lo ocurrido a una dimensión espiritual. Que quede en la conciencia, aunque ahora lo veo con menos optimismo que hace unos años. El Holocausto es el hundimiento universal de todos los valores de la civilización y una sociedad no puede permitir que se repita, que vuelva a presentarse una situación parecida. Pero la crisis económica, una crisis así, dio pie a la llegada de Hitler al poder. Por tanto, deberían sonar todas las alarmas. Pero no suenan. Lo cual quiere decir que el Holocausto no está presente en la conciencia de los políticos europeos.

¿Una sociedad no puede permitir que se repita, que vuelva a presentarse una situación parecida?”. ¿Usted creía en las coincidencias, Imre? Apenas cuatro días después de su muerte, el 4 de abril de 2016, empezaron las deportaciones de solicitantes de asilo sirios a Turquía por parte de la Unión Europea. Sí. Europa, Imre, la misma de aquello. A pesar de los pedidos de los ciudadanos, de las millones de firmas recogidas, de los cientos de reportajes en todos los idiomas, de la presión internacional, Europa no aceptó recibir a los refugiados sirios en su territorio. Usted ya estaba muy enfermo para enterarse, menos mal, pero Angela Merkel, la canciller alemana, ha comandado un cierre de fronteras y la creación de unos campos de confinamiento con muchas reminiscencias. Europa la ha apoyado. Los sirios están siendo devueltos a Turquía donde vivirán en otros campos —campos, Imre, qué dolorosa esa palabra para usted, para todos los que hemos leído sus libros— a los que ni la prensa, ni las ONG tendrán acceso.

¿Estará dentro de esos campos un quinceañero como Gyurka, su personaje de Sin destino? ¿Estará allí, encerrado, hacinado, un joven Imre, esta vez sirio? ¿Cuando se publiquen novelas y se estrenen películas sobre él, sobre su sufrimiento, tendremos que agachar la cabeza esta vez nosotros por no haber hecho nada?

Usted nos lo advirtió, Imre, “los totalitarismos ponen a las personas en situaciones absurdas que no han elegido”. Ojalá nos perdone por no escucharlo.

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