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Reseña

Doble llamado a la muerte: Sobre Revólver escorpión, de Juan Romero Vinueza

Doble llamado a la muerte: Sobre Revólver escorpión, de Juan Romero Vinueza
Foto: Natalia Rivas/Cortesía
12 de diciembre de 2016 - 00:00 - María Auxiliadora Balladares. Escritora.

El título del primer poemario de Juan Romero Vinueza (Quito, 1994) es de lo más sugestivo. Si seguimos a Ricoeur y sostenemos que en la metáfora dos elementos entran en tensión erigiendo un nuevo mundo, expandiendo el horizonte de la realidad; aquí, revólver y escorpión generan una tensión inusitada porque ambos elementos poseen un potencial de destrucción tremendo. El revólver es un dispositivo cuya genealogía nos remite al hombre que necesita fabricar armas sofisticadas para la caza. El escorpión, por su lado, es una de las especies más letales de entre los arácnidos. Doble llamado a la muerte. Corporalidad doble, corporalidad grotesca. Bajtin nos ha dado luces respecto a la etimología de esta palabra. Grotesco viene del italiano grotta y nombra una serie de dibujos que una expedición arqueológica encontró precisamente en las paredes de unas antiguas grutas. Estos dibujos evocan cuerpos compuestos siempre por dos elementos: lo humano y lo animal, lo humano y lo vegetal, lo vegetal y lo animal. La metáfora del revólver escorpión es poderosa por el mismo motivo por el que es grotesca: porque en ella se imbrican dos elementos —uno del mundo material y otro del mundo animal— generando una imagen radicalmente nueva que nos anticipa algo esencial sobre la humanidad del hablante lírico —tercer elemento en esa nueva corporalidad letal—. Sabemos que el escorpión puede clavarse su propio aguijón y así acabar con su existencia. El libro abre con un poema que explica, con lenguaje prosaico e imágenes visionarias, esta realidad: «El escorpión es un insecto revólver/ porque puede matar a un león// pero también// porque es el único consciente/ de que puede hacerse daño a sí mismo». Así, podríamos decir que el título —en consonancia con el primer poema— anticipa al lector la fuerza del yo poético, pero también la certeza de que su propio veneno amenaza con destruirlo. Él es el «revólver escorpión» que convocará a su propia muerte de inicio a fin del poemario.

El libro consta de 38 poemas y está dividido en tres partes: «Espejo de una ceniza», «Vértigo sobre un paisaje andino» y «Ofensas soft». En la primera, se trabaja cuidadosamente la conformación identitaria del yo poético a partir del leitmotiv del espejo. Este recurso inserta al proyecto escriturario de Juan en la tradición de la poesía de la identidad que en el siglo pasado fundó David Ledesma Vázquez. En Club 7, en un poema titulado precisamente 'El espejo', menciona el poeta guayaquileño: «Estuve aquí/ Me ahogaron contra el muro./ Alguien dijo mi nombre en esa puerta/ agitando un pañuelo sin color./ Y yo que estaba ciego me tragué/ el grito a chorros verdes de silencio». Uno de los poemas de la primera parte del libro de Juan, «Sapiencia», reza: «Los ciegos/ somos como nubes color abstracto/ y nuestros ojos color de nube/ transitan por los parques/ con una guía de felpa de babosas fauces». La ceguera de ambos yo poéticos nos da pistas sobre sus lugares de enunciación. Es el lugar de la soledad porque su registro de lo sensible no es el de todos. Ante el mundo sobrecargado de estímulos visuales, el poeta decide enceguecerse para poder percibirlo ya no en función de la agenda que trazan esos estímulos, sino como un sujeto atento a lo que escapa a esa agenda, quizás atento al sentido común: la guía de sus ojos  veces será el tacto, por eso describe su constitución como «de felpa de babosas fauces». Se trata de una ceguera simbólica ciertamente; por lo tanto, el lugar de enunciación del poeta es el del hombre que escoge lo que quiere sentir, que escoge el sentido que quiere privilegiar: hombre que ve con las manos, le dará forma a través del poema a lo latente, a lo que existe pero siempre oculto a los ojos de los demás.

En la segunda parte del libro, Juan escoge dibujar Quito y lo hace como un paisaje urbano que transmuta —moral y físicamente— al yo poético en algo parecido a la ciudad misma: «La altura de la montaña me permite ser un panóptico erróneo// me mezclo con la piedra y el hielo para acercarme al cielo// me hago firme y algo quejumbroso// soy tan cercano a la luz que no me distingo del resplandor». Asimismo, muestra la ciudad como el lugar donde se concentran sus afectos, sus ancestros; se trata de la ciudad de sus muertos: «¿Una vida insignificante puede llegar a ser trascendente/ si la guardo en mi armario?/ yo no mato/ solo colecciono los restos de los que no pudieron sobrevivirse más/ sí/ de los que sabían sufrir/ de los que escribían/ poesía». No hay grandiosidad en sus descripciones, no hay amor de cuadro de costumbres por la ciudad. Si acaso lo que acontece es que el poeta da cuenta de una elección: es Quito su ciudad a pesar de Quito mismo. Si en la primera parte del libro, para establecer los parámetros de la propia identidad, el yo poético toma distancia por ejemplo del ámbito de la familia, en esta segunda parte, hace el ejercicio de construir su propia genealogía. En el afán de mostrar las redes de afectos del hablante lírico, el poema ‘La noche y sus puentes’ revela cómo se erigen, entre el yo poético y los otros, «puentes de sangre» como vínculos indestructibles. Dos versos de ese poema son de los más hermosos de Revólver escorpión: «Quiero que mis manos sean un lápiz/ que mis uñas sean carbón imborrable». El poema que se crea con las manos-lápices y las uñas-carbón deviene la genealogía que el poeta se crea para sí mismo y que se vuelve carne de su carne.

En la última parte, la voz poética pasa de la ironía a la dureza con una movilidad asombrosa. Quizás la elasticidad de sus movimientos se corresponde con la honestidad brutal que permea estos poemas: «Un muerto siempre será igual a otro muerto. Total. Solo queda el apetito de un gusano». El poeta como demiurgo; el hombre como creador del poema, de otros hombres y también de dios, se muestra siempre condenado a la soledad. El creador entiende lo que Blanchot, no hay comunidad posible ni en la muerte ni en el nacimiento, y la poesía volverá una y otra vez sobre estos temas. La poesía de Juan lastima; es el aguijón clavándose en una llaga.

Portada de Revólver escorpión.

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