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El Telégrafo

Iván Carvajal y el premio Juan Montalvo

22 de enero de 2013 - 00:00

La Aedep es -todos lo sabemos- la asociación de propietarios de periódicos “independientes”, es decir de los empresarios defensores a ultranza del statu quo, obsecuentes servidores de los intereses corporativos nacionales e internacionales. Periódicos cuya política de comunicación consiste en mentir, tergiversar, mutilar la información, ocultar aquello que desenmascara al imperio y sus socios; y cuya “opinión” consiste, a menudo, en calumniar, en todo caso, defender siempre los intereses del poder económico, particularmente del financiero y de sus jefes: el FMI, el BM y sus seguidores domésticos.

Por eso resulta extraña la aceptación, por parte del poeta y filósofo Iván Carvajal, hombre de pensamiento libertario, ubicado en la izquierda radical, de un premio, el Juan Montalvo, otorgado por esa entidad empresarial. Al igual que lo pensado por Orlando Pérez, en su columna del diario El Telégrafo (20.1.2013), creemos que Iván está lejos de convertirse en la edición criolla del escritor Vargas Llosa, cuya obsecuencia con el capitalismo y sus amos es proverbial. Pero es preocupante que en su discurso exprese su adhesión a la “libertad de expresión”, como si el intelectual no supiera que lo que defienden esos medios, con el eufemismo de tal libertad, es la impunidad para decir lo que les viene en gana, aunque ello atente contra la dignidad y el honor de los seres humanos.

No obstante, y refiriéndonos a la mencionada columna de Orlando Pérez, encontramos insólita la afirmación de que “En el Ecuador,…, la disputa no es por la prevalencia o no de las libertades sino por la inequidad, por la transformación de la matriz productiva…y con ello una sociedad más democrática”. Insólita, porque la “prevalencia de las libertades” está estrechamente ligada al empeño de realizar cambios profundos, al espíritu transformador, revolucionario de las personas y los colectivos.

Y porque la democracia verdadera se construye con la participación activa de los actores sociales (me refiero a los ancestralmente postergados), a quienes debería esperarse que sean escuchados y analizadas seriamente sus demandas, sus protestas. Pero que, a diferencia de ello, vienen siendo estigmatizadas y sus actores perseguidos, bajo la socorrida calificación inaudita de terroristas. Libertad de expresión que no está coartada porque desde el discurso presidencial se desenmascare a la “prensa independiente” y se le otorgue el calificativo que se merece.

Pero que sí lo está cuando se impide la crítica a las lacras que sin duda muestra el accionar gubernamental, como bien señala el escritor Jaime Galarza en su columna de El Telégrafo (20.12.2012) -única desde que existe el periódico público, luego de la salida de algunos columnistas críticos- cuando pone el dedo en la llaga respecto de la falta de diálogo con los movimientos sociales, la corrupción, la ausencia de una profunda reforma agraria, etc.

Añado yo que, entre otros defectos graves, se percibe una suerte de miedo en los espacios burocráticos del Gobierno, cuyos funcionarios medios y bajos principalmente, conocedores de esas lacras, callan por el temor a ser excluidos. Como también es conocido ese recurso inaceptable de entregar, ipso facto de que se le otorga trabajo a un ciudadano/a, el carnet de afiliación a Alianza PAIS, sin posibilidad de rechazo.

Para citar algunas perlas menores, pues las mayores tienen que ver con la corrupción (sobre la cual no nos referimos a aquella magnificada por la “prensa independiente”, sino a la que es conocida por todos -nuevamente Jaime Galarza (dixit)- “este es un panorama de consenso en la opinión de las mayorías”), pero también, y muy marcadamente, con la condena a los protestantes por la política extractivista, tan alentada y puesta en marcha, desde el Gobierno Nacional, con consecuencias negativas para los pueblos ancestrales y para la naturaleza. Destacamos todo esto sin perjuicio de señalar la enorme obra social del Gobierno y su política internacional soberana y antiimperialista.

Los espacios de los que disponemos -aun los simples ciudadanos del pueblo llano- son, es verdad, muchos, desde que la tecnología nos brinda la posibilidad de expresarnos a través de Internet. Sin embargo, parecería que todavía es irreemplazable la TV y los mismos medios impresos. Esto permite pensar que quienes carecen de espacio para expresarse, optan por renunciar a su independencia y no solo que acuden a los “medios independientes”, sino que les elogian, más o menos como a adalides de la libertad de expresión.

Esto, que solo explicaría esta conducta, jamás la justifica. (Es, en este sentido, deplorable escuchar tales alabanzas en boca de personajes de la izquierda, como la candidata a Vicepresidenta por la Coordinadora Plurinacional de las Izquierdas. Pues no sorprende que lo hagan gentes como el inefable Lucio Gutiérrez e incluso la señora Lourdes Tibán).

Todo lo anterior para concluir que los medios públicos deben abrir el debate, permitiendo la crítica constructiva, aunque fuese severa, a todos cuantos con buen criterio señalan las lacras que afectan al proceso desde el Gobierno. Y quienes lo hacen no son los “intelectuales puros” sino los intelectuales honestos, los que piensan que no se debe callar, porque el silencio es cómplice. Y porque más contribuye quien denuncia errores y corruptelas que quien alaba y solo alaba, pues el adulo corrompe.

Volviendo a Iván Carvajal, hemos de esperar, quienes creemos en el destino de la inteligencia y la rectitud, que este gran intelectual de nuestra contemporaneidad mantendrá su presencia enhiesta, lo que comporta alejarse de los representantes más conspicuos de la oligarquía: los mass media autocalificados de “independientes”; consciente, por lo demás, que su bien ganado prestigio está siendo utilizado perversamente por el poder decadente.

Jaime Muñoz Mantilla

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