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Somos esclavos del estrépito del mundo

El silencio no es la eliminación de la palabra ni del pensamiento

Cuando la mente está en turbulencia es difícil mantener la calma pero unos minutos de silencio pueden lograr la serenidad.
Cuando la mente está en turbulencia es difícil mantener la calma pero unos minutos de silencio pueden lograr la serenidad.
Foto: CORTESÍA PIXABAY
23 de enero de 2017 - 00:00 - Redacción Actualidad

Hay quienes argumentan que los hombres más profundos, sabios y dinámicos de la historia humana han sido aquellos que fueron capaces de sostener una larga y solitaria conversación con el silencio, sin que su espíritu llegue a quebrarse.

Según la tradición budista, el príncipe Siddhartha Gautama se sentó a meditar en silencio por varias semanas debajo de una higuera hasta alcanzar la ‘Verdad espiritual’.

Siddhartha alcanzó el despertar y se convirtió en el Buda o iluminado. El Budismo nos dice que hay, por lo menos, 2 tipos de silencio. Hay un silencio que existe antes de hablar y significa ese querer decir algo que viene desde la intimidad de las emociones. El otro silencio ocurre después de la palabra hablada y constituye el saber consciente de que es muy difícil decir lo único que vale la pena decir, la verdad.

Mateo nos relata en el Nuevo Testamento (Mt 4, 1-11) el episodio de la tentación de Jesús, quien se dirigió a meditar al desierto por 40 días y 40 noches. Después de un largo ayuno a Jesús se le asomó el diablo, quien lo tentó diciéndole: “‘Si eres el Hijo de Dios, di que esas piedras se conviertan en panes’. Más Jesús le respondió: ‘Escrito está: no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios’”. La fe cristiana nos enseña que el silencio es esencialmente una experiencia del corazón, que nos lleva al encuentro con el Señor y su palabra.

Muhammad, el profeta del Islam, se retiraba a las montañas de los alrededores de Makka y allí, en una cueva del Monte Hira, solía sentarse silencioso a pensar en paz y soledad. Y se preguntaba: “Cómo ha sido que yo, que antes era un huérfano, soy ahora un hombre tan rico, tengo una buena esposa e hijos que me quieren, y, sin embargo, aún no soy del todo feliz”. Cuando tenía 40 años recibió su primera revelación a través del Arcángel Gabriel, quien le dijo: “Lee en Nombre de tu Señor que ha creado todo; que ha creado al hombre de un coágulo de sangre”. Las revelaciones continuaron por 23 años y fueron recogidas en el Corán, el libro sagrado de los musulmanes.

El Corán se refiere al silencio cuando dice: “El que cree en un solo Dios y el Más Allá, que hable lo que es bueno o permanecer en silencio […] que mi silencio debe ser para alcanzar el conocimiento de Dios…”.

Nelson Mandela fue encarcelado en solitario durante 18 de los 27 años que vivió condenado. En una carta a su mujer, Madiba, le comenta: “La celda es el lugar idóneo para conocerte a ti mismo. Me da la oportunidad de meditar y evolucionar espiritualmente”. Cuando estuvo encarcelado Mandela acostumbraba leer el poema ‘Invictus’, escrito por el inglés William E. Henley, que dice: “En la noche que me envuelve, negra, como un pozo insondable, doy gracias al Dios que fuere, por mi alma inconquistable […] Ya no importa cuán recto haya sido el camino, ni cuantos castigos lleve a la espalda: Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma”.

José ‘Pepe’ Mujica paso 14 años en prisión por pertenecer al Movimiento de Liberación Nacional del Uruguay. Pepe Mujica pasó varios años incomunicado en un calabozo y narró así su experiencia: “Aislados del mundo y de nuestros afectos. El síntoma más evidente de vida eran 7 ranitas a las cuales las alimentaba con miguitas de pan. ¿Sabes que las hormigas gritan? Lo descubrí al ponerlas en el oído para entretenerme. Y, por qué no admitirlo, ciertos gestos solidarios de algunos soldados tocados ante la siniestra represión, que se animaban a intercambiar un par de palabras […] Tuve 7 años sin leer nada, salvo unos pedazos de diarios.”

La vida moderna impone al cotidiano un ritmo acelerado, nos interconecta con la novedad y el entretenimiento, el ruido superficial, instalando en la subjetividad diversas compulsiones o evasiones para acercarnos o alejarnos de los deseos que causan sufrimiento. La bulla callejera, las alarmas, las sirenas, las bocinas, etc., producen altos decibeles que nos enferman por contaminación acústica. El bullicio externo, las propagandas, sumados a la conectividad digital, nos bloquean, ametrallan los nervios, creando ambientes angustiosos, compulsivos, nerviosos, irritantes, plenos de cansancio. Somos esclavos del estrépito del mundo.

Pero hay un griterío todavía más alarmante sobre el que no somos conscientes. Es aquel que acarreamos en nuestra intimidad mental. Cierto que nuestra mente no puede parar porque al hacerlo nuestra vida también se detendría. El grave problema radica en el descontrol de la misma, en particular, cuando la viciamos con pensamientos negativos, emocionalmente tóxicos. Debido a que no sabemos cómo gobernar esa negatividad, en general, acabamos agravando las cosas. Para recuperar la salud y sentir sosiego, todos debemos buscar momentos de silencio. El silencio no es la antítesis del sonido o la eliminación de la palabra, sino una condición subjetiva que posibilita la escucha de la paz, el sentido de las frases del alma, lidiar con el dolor.

No se trata de ser como Mandela, ni como Pepe Mujica, sino simplemente ser mejores seres humanos. Debemos aprender a amar al silencio para liberarnos de la agitación. Cuando la mente está en turbulencia es difícil mantener la calma y, unos minutos de silencio y respiración tranquila son, a menudo, instantes suficientes para lograr serenidad. Una vez que la mente está “descargada” se pueden tomar nuevas perspectivas. Cuando buscamos la calma interna y creamos silencio externo, sentimos que estamos conquistando algo que hemos descuidado: nuestro propio espíritu. (I)

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