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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz

Veneno virtual

11 de julio de 2016

La crisis del periodismo impreso, en sus versiones diarias o periódicas, amplió los modos de plantear la información para lectores cada vez más exigentes pero también más dispersos. Así, los productos digitales varían y migran hacia muchas otras necesidades o arbitrios de la nube virtual. Un imperativo de la actualidad ha sido, por ejemplo, la migración de ciertas faenas políticas a espacios y redes construidos para múltiples fines; sin embargo, la disputa halla en ese escenario la máxima calidad que puede esperarse de cualquier acción efímera: el veneno y el olvido.

Por tanto, los migrantes políticos o analistas -o quienes aspiran a serlo- tienen en la gran red la oportunidad de capturar retazos de audiencias virtuales que lucen su misma condición: tenaces pero fugaces. La degradación de algunas palabras/ideas (que el lenguaje escrito en otros registros preservó de su fuerza semántica y simbólica) es el pan de cada día; esa degradación pasa por la reiteración de su uso y se solaza en el hipotético vaciamiento de su poder político; porque tales palabras han tenido, en el imaginario social real, precisamente un ralentizado poder político. Mencionaré cuatro que la cantinela virtual intenta falsear a cada rato: continuidad, alternabilidad, dictadura, cambio.

La anticipada campaña electoral ha avivado el uso indiscriminado de lugares comunes esta vez acoplados a esas palabras/ideas.

Si hablan de continuidad del proceso político que lidera Rafael Correa, enseguida se monta sobre esa posibilidad la tragedia del continuismo, es decir, la fatalidad de tener, verbigracia, un Estado que garantice y regularice los servicios públicos. Pero no dicen eso, remachan, acaso, el continuismo de las sabatinas.

Si hablan de alternabilidad en los cargos de elección popular, enseguida montan sobre esa entelequia del democratismo burgués, el miedo a la continuidad de un modelo (el progresista) que se ha ocupado casi una década en desmantelar el aparato burocrático e ideológico del neoliberalismo en sus dos aspectos: las instituciones y el sentido común de la gente. Pero no dicen eso, machacan sobre los nombres y las caras nuevas que deben gobernar, nunca sobre sus intereses, lazos externos y cachuelos golpistas.

Si hablan de dictadura procuran subrayar la perversidad de un Estado controlador nutrido por estilo del Rafael Correa, y además advierten el apetito de los correístas de ‘eternizarse en el poder” por los siglos de los siglos. Pero no dicen que una dictadura no puede ser tal si (su filosofía) ha surgido de un proceso constituyente y sus gobernantes se han curtido en montones de pruebas políticas.

Si hablan de cambio (político y económico) se amparan en la sensación de hartazgo de un gobierno largo; pero que les cortó la ocasión de operar políticamente mediante el chantaje y el juego de cámaras. Esto último no dicen. (Porque además cargan la culpa de Mauricio Rodas-alcalde, o sea, el cambio en Quito fue una estafa).

En las redes la procacidad del lenguaje apenas deja ver la náusea ideológica; pero esa náusea envilece la libertad de expresión. La migración virtual no exculpa a nadie del veneno social de los prejuicios. (O)

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