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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz

Vargas Llosa en una esquina

11 de abril de 2016

Sospecho que cuando un libro se lee de un tirón y éste tiene 314 páginas, algo no calza. O es un libro liviano que no permite el disfrute de una reflexión, o el pasmo de unas figuras narrativas bien logradas, o la apariencia de que únicamente el nombre del autor garantiza una experiencia única.  

La cercanía de las elecciones en Perú (ayer) me llevó a leer la última novela de Mario Vargas Llosa, ‘Cinco esquinas’, porque en ella topa una de las constantes políticas de un país que aún no se recupera del fujimorismo y sus secuelas de terror y abuso de poder. Pero ‘Cinco esquinas’ no ha sido un libro para entender o intentar acercarse al inextricable tejido histórico que configura al Perú, por lo menos, en los últimos 30 años. ¿Por qué? Porque los prejuicios de Vargas Llosa, por no decir el rencor que profesa a Perú, supera con creces la potencia que una novela puede tener para explorar los claroscuros de toda vida social colectiva (real o ficticia), y sus vínculos con las razones de las élites y las cuitas materiales y espirituales de los pobres (peruanos).

Pareciera que el autor ha escrito ‘Cinco esquinas’ para reforzar el desafío editorial contemporáneo: el best seller y el thriller. Y lo logra. Trazada magistralmente en estructura y forma la novela no desperdicia los ritmos narrativos para mantener al lector en trance. Pero luego, terminado el camino trepidante de un relato deliciosamente relajado, una no deja de pensar por qué Vargas Llosa es tan abierto y progresista con los cuerpos poseídos por el placer, y tan hipócrita para retratar la corrupción de los sectores sociales altos o bajos del Perú.

Cuando es ineludible una disección literaria de lo que aqueja a toda sociedad moderna, Vargas Llosa se contenta con dibujar, con total maniqueísmo, en primera instancia, un repertorio de placeres sexuales legítimos entre pares sociales y consentimiento mutuo (lo cual está bien); y, en segunda instancia, cómo esa misma pulsión de placer se vuelve degradante cuando, dentro de una cárcel de mala muerte, es ejercida de modo violento por criminales y vagos de baja estofa (¡cómo le gusta a Vargas Llosa decirles vagos a los marginales!).

Pero del gran Perú poquísimo. Solo sucios retratos y severos juicios sobre su fealdad y su inopia. O de ciertos lujos y conductas que plantearían el deber ser moral de su destino, pues la corrupción ¿solo la económica y como fenómeno estrictamente humano?, aparece encarnada en personajes ruines como Fujimori o Montesinos (corruptos y corruptores), y no a través del hilo que amarra en las sociedades un sistema cultural, político y económico fundado mucho antes del ‘Chino’. Ergo, si buscáramos la metáfora política de ‘Cinco esquinas’, hoy, cuando Perú reitera su parcial obsesión por Keiko, la hija del ‘Chino’, no la encontraremos. O, más bien, hallaremos la maldición de Vargas Llosa desde que perdió las elecciones frente a Fujimori: poner parte de su peor narrativa al servicio del exorcismo fujimorista.

Esos libros que se leen tan rápido, escritos como un conjuro no literario, nos muestran que ciertos autores suelen pasarse de vivos y muchos lectores solemos pasarnos de tontos. (O)

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