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El Telégrafo
Jaime Galarza Zavala

¿Un paso adelante, dos pasos atrás?

05 de mayo de 2016 - 00:00

Lenin, el célebre conductor de la Revolución  de Octubre de 1917, que acabó con el brutal y centenario dominio de los zares, escribió un libro intitulado Un paso adelante, dos pasos atrás, encaminado a describir los tropiezos que se hallan en los procesos revolucionarios, donde en ocasiones se avanza un paso y luego se dan dos pasos atrás. El título de esa obra lo utilizamos para el presente artículo, de modo interrogante, porque al interior de la Revolución Ciudadana (movimiento Alianza PAIS) y otros sectores democráticos, tiene lugar hoy un debate muy encendido, que por el momento no hace mucho ruido pero puede derivar en estruendosas llamaradas, con motivo del anuncio hecho por el presidente Rafael Correa respecto del ofrecimiento de apoyo del Fondo Monetario Internacional dada la emergencia derivada del terremoto del 16 de abril, así como la declaración de que se pondrán en venta importantísimos bienes del Estado, como la central hidroeléctrica Sopladora, el Banco del Pacífico, canales de televisión, etc.

Dejando de lado el cúmulo de acusaciones y tergiversaciones sobre el tema desatados por los sectores de oposición, que van desde la ultraderecha a la ultraizquierda; dejando de lado sus escupitajos lanzados a través de las redes, se vuelve indispensable el análisis oportuno y severo del tema desde el ángulo de un bien entendido nacionalismo y de la construcción de un Estado que sirva al país en su conjunto y en especial a las grandes mayorías, que van de clase media baja hacia abajo, lo que significa más de la mitad de la población ecuatoriana. A propósito, hay que recordar que todos los bienes y empresas cuya venta se postula fueron ganados para el Estado de manos de la banca chulquera que saqueó los fondos de sus depositantes y del Estado mismo, como fuera el caso de los préstamos que les hiciera el Banco Central. Un ejemplo de ello fue la incautación de las 150 empresas de los Isaías, hoy prófugos de la justicia ecuatoriana y protegidos por el imperio allá en Miami. Si esas empresas se venden, aunque fuera en menos del 50 por ciento, nada raro sería que los mismos Isaías vuelvan a ser sus dueños, aunque sea parcialmente, a través de testaferros, como en estos casos acostumbran hacerlo los potentados de cualquier país. Además, allí estarían listos los inversionistas norteamericanos que promueven guerras y aprovechan los terremotos y los tsunamis para instalarse en las naciones víctimas a pretexto de ayuda solidaria. Haití, ocupado por empresas yanquis y por diez mil soldados de igual procedencia a raíz del macabro terremoto que sufrió años atrás, es buena prueba de ello, como lo es también el ejemplo de las guerras imperialistas contra países como Irak o Libia, donde llegan compañías como la Bechtel o Haliburton a cosechar contratos multimillonarios para restaurar servicios destruidos por la aviación de Estados Unidos y la OTAN.

Claro, no se puede negar que la reconstrucción de Manabí y otras zonas afectadas por el gran sismo requieren ingentes recursos, es decir miles de millones de dólares, pues la espectacular ayuda solidaria del pueblo ecuatoriano y del mundo mismo no es suficiente, y habrá de buscarse esos recursos a través de distintos mecanismos, entre los que deben figurar los que provengan de las grandes fortunas, con repatriación de inversiones fraudulentas (‘Papeles de Panamá’, por ejemplo), y contribuciones forzosas de organismos como la Junta de Beneficencia u otros, donde se halla la plata de los ecuatorianas y ecuatorianas. De otro modo, la larga noche neoliberal, de la que habló tantas veces el Presidente, caerá sobre el país como un manto de tinieblas, y adiós esperanzas de los pobres, adiós Revolución Ciudadana. (O)

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