La quebrada era conocida en tiempos de la colonia con este nombre, que significa quebrada de los gallinazos. La proliferación de estas aves carroñeras en el lugar se debía a la (incorregible) costumbre de los quiteños de botar basura en las quebradas. Quizá tuviera también que ver con la presencia del camposanto en la margen sur del barranco. Los gallinazos siempre han sido eficientes recicladores.
En 1922, centenario de la batalla del Pichincha, se canalizó y rellenó la quebrada y se construyó la avenida 24 de Mayo. Desde 1985 a 1992 se volvió a excavar hasta la profundidad del cauce original y se construyó el bulevar peatonal en la superficie y el viaducto subterráneo, para facilitar el flujo de vehículos desde la avenida Mariscal Sucre, a la altura de El Tejar, por un costado del hoy parque urbano Cumandá, hacia la autopista Rumiñahui.
En junio de 2017 el municipio anunció el cierre temporal del viaducto en razón de las obras del Metro de Quito, para construir andenes de desembarque de buses en la estación San Francisco. La medida, a pesar de la complicación que representaba para el tráfico transversal del centro de la ciudad, fue recibida con estoicismo por los quiteños que lo usábamos con frecuencia (virtud que debemos experimentar a diario al observar que todo el presupuesto municipal parecería dedicarse a esa única obra y que otras necesidades de la ciudad quedan desatendidas).
Sin embargo, como muchas veces los gobiernos seccionales exigen al contratista de una gran obra realizar algunas menores, accesorias a aquella, como parte del contrato global, esperábamos con ilusión su reapertura, pues, con toda seguridad, se aprovecharía el cierre para reemplazar o al menos lavar las baldosas del túnel, cambiar las luminarias interiores por unas más potentes, reparar los ventiladores que ya no extraían el gas de los motores, asfaltar la calzada mil veces bacheada.
Nada de ello ha ocurrido. Al viaducto reabierto solo le falta algún gallinazo y poco más para hacer honor a su antiguo nombre. (O)
