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El Telégrafo

Tibán o lo burdo de la política

06 de julio de 2011

La práctica política en nuestro país carece de decencia, de vergüenza propia. Sus actores irrumpen desde lo grotesco.

El noble concepto de esta actividad se ve opacado con determinados afanes grupales. La ideologización pasa a un segundo plano; no importa ser de izquierda y pactar con la derecha si esto permite canonjías y visibilización mediática. Asimismo, no hay inconveniente que esa misma derecha alcance acuerdos coyunturales con izquierdistas ortodoxos. Aunque lo descrito parecería contradictorio, esa es la paradójica realidad por la cual se mueven ciertos sectores de la política criolla.

Sin la intención de generalizar, la mayor parte de la clase política ecuatoriana deshonra el designio popular. La escasez de ideas es evidente. El contenido discursivo es superficial y trillado. Queda la impresión de que más vale quien tiene voz altisonante y mensaje ligero. Cuando nuestros políticos/as arengan a la ciudadanía subsiste la duda y, lo que es peor, el sentimiento de indignación, en tanto se percibe la subestimación y el engaño a la gente.

A la hora de considerar a nuestros políticos/as la memoria alimenta aquellos episodios que resumen la reciente historia nacional, en donde los intereses particulares fueron en detrimento del anhelo de bienestar colectivo. Y, a más de los hechos desagradables, esa misma historia nos recuerda nombres y apellidos: los Bucaram, los Alarcón, los Mahuad, los Gutiérrez, en plural, ya que alrededor de estos sombríos personajes estuvieron -están- una camada de indeseables politicastros que perviven en la burocracia gubernativa, a partir de la zalamería; ellos son quienes malentienden la lealtad con esbirrismo. 

En ese contexto, la política huele a putrefacto, emana olores nauseabundos, sirve de escarnio para los villanos.    
Lourdes Tibán, asambleísta de Pachakutik, es un ejemplo de lo burdo de la política. Del neopopulismo en su máxima expresión. Es el resultado de un híbrido de etnocentrismo trasnochado con marcados afanes de protagonismo personal. Es la expresión de la insolencia y la intolerancia.

Es la caja de resonancia de la derecha reencauchada. De ninguna manera representa al legado del movimiento indígena. Mucho menos a una visión progresista. Ella refleja la folclorización de nuestra política tercermundista.

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