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El Telégrafo
Fander Falconí

¿Terrorista o pacifista?

10 de febrero de 2016 - 00:00

El Grupo de Expertos de la ONU sobre Detención Arbitraria acaba de dictaminar que Julian Assange fue “arbitrariamente detenido por los gobiernos de Suecia y Reino Unido”, y solicita su libertad inmediata y hasta una compensación. El fundador de WikiLeaks estuvo preso más de un año y luego recibió asilo diplomático en la embajada de Ecuador en Londres desde hace más de año y medio.

Si el Reino Unido no hizo caso de la solicitud de Ecuador para que Assange pudiera venir a nuestro país, el mundo esperaba que al menos hiciera caso del dictamen de Naciones Unidas. Pero no, ni ese país ni la inmaculada Suecia (que no fue invadida en la II Guerra Mundial, a cambio de entregar su acero a los nazis) han acatado la resolución del mundo. La presión de Washington, que ya sintió Assange en su Australia natal, ha doblegado cualquier atisbo de decencia en Londres y en Estocolmo.

Bastaba recordar el caso de Snowden que demostró que Estados Unidos puede ordenar a un  gobierno europeo que detenga un avión presidencial de un tercer país. Assange no teme la prisión en el Reino Unido ni en Suecia, pero sí teme la extradición a Estados Unidos porque eso puede significar hasta su muerte. El imperio del Tío Sam dice estar en su derecho al calificar a Julian Assange como terrorista. Pero este calificativo, que lo hace candidato a una vacante en Guantánamo o a una inyección letal, está cargado de prejuicios. Assange no es un simple hacker, como se lo quiere hacer aparecer. Él es un activista.

Con la empresa WikiLeaks, Assange expuso ante el mundo los crímenes cometidos en la segunda guerra de Irak, en Afganistán y hasta en Guantánamo, por el país que más proclama la defensa de los derechos humanos, así como la manipulación. Ante eso, el Gobierno de Estados Unidos preparó un largo expediente contra Assange y ahora está acusado incluso de espía. No sorprende entonces el temor de que sea ejecutado un hombre que ha desenmascarado a un poder ilimitado, una potencia acostumbrada a dictar sus fallos y a reírse de las sentencias internacionales. Mientras los periodistas que en tiempos de Nixon destaparon la olla venenosa de Watergate hoy son considerados héroes, la persona que destapó la cocina entera de tóxicos belicistas tiene título de terrorista.

Los fundadores de ciertas redes sociales que realizan actividades de espionaje contra los ciudadanos del mundo, no solo a favor de gobiernos sino hasta de corporaciones empresariales, son empresarios exitosos, a pesar de que su único incentivo ha sido el dinero. En cambio, Assange se ha jugado la vida por la verdadera libertad de expresión. Si le falta una prueba del poder que existe tras su computadora, busque un dato comercial cualquiera. Por ejemplo, averigüe en internet cuánto vale un pasaje Quito-Manta y en los próximos días le lloverán ofertas de ese servicio.

Suecia, en particular, se muestra intransigente. No acepta interrogar a Julian Assange en la embajada ecuatoriana de Londres. Y el Reino Unido, que tuvo un rol importante a favor de la libertad de expresión contra el fascismo en la Segunda Guerra Mundial, es ahora el ejecutor de una voluntad opresora. (O)

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