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El Telégrafo
Ilitch Verduga Vélez

Sudamérica en el centro del mundo

12 de diciembre de 2014

El 5 de diciembre pasado culminó una serie de sucesos y acontecimientos primordiales y conducentes a la activación del extraordinario proyecto de unificación regional en el organismo integracionista Unasur y que correspondieron a eventos académicos y políticos con rasgos fundamentales, que el análisis necesario del devenir sabrá ubicar en el esencial  contexto, el presente y el futuro de nuestro continente.

Con el propósito cardinal de darle mayor impulso al proceso de integración sudamericana, tanto en Guayaquil como en Quito se llevaron a efectos sendas programaciones cuyo punto más alto estuvo en la cita cumbre de los presidentes de las naciones hermanas. La crónica de estos hechos sustanciales para el relanzamiento de la Unión de Naciones Suramericanas como el organismo galvanizador de las esperanzas de 400 millones de seres humanos pobladores de estas patrias es evidente que tiene una gran relevancia  histórica.

Y es que Unasur no es, no fue ni debería ser una organización de países, donde los gobiernos y sus conglomerados compartan momentos de frases bonitas y loas en los encuentros de sus dirigentes, como tampoco el foro de debates interminables sobre las virtudes de la integración y, desde luego, no puede ser escenario de enfrentamiento bizantino de Estados con mayor o menor desarrollo.

Desde la perspectiva de la paz y el crecimiento económico que conlleva el mejoramiento de las condiciones de vida de los habitantes, estoy cierto de que Unasur, a través de su secretaría general, cuyo titular, el expresidente colombiano Ernesto Samper, tiene el talento y las ejecutorias necesarias para orientar las políticas públicas de estas tierras, sin imposiciones o concesiones de ninguna especie, reiniciará esta nueva etapa con nuevos bríos y amplia credibilidad ciudadanas.

En cuanto a la lógica financiera y de solución de conflictos, el sistema integrador dispone de la brújula mayor y única, que es la del progreso social y político, que marca su Norte para el Sur, lejos de los centros de poder imperial y de las guerras empobrecedoras, y totalmente cercana a la negociación fraterna y a la defensa del régimen democrático imperante en nuestras latitudes.

La revolución  institucional de América Latina, con todas las variables ideológicas inmersas en el marco constitucional, son la garantía de larga vida que tendrán los designios de nuestra integración, que no puede ser calco ni copia de otros emprendimientos con parecidos fines, en Europa o Asia.

Ecuador, en esos días luminosos, estuvo en la retina del mundo, las grandes cadenas mediáticas cubrieron las acciones de esas jornadas con una mezcla de estupor e incredulidad, no solo por las obras de infraestructura del edificio sede de Unasur -descollantes en todos los sentidos-, sino también por la organización impecable de los seminarios de alto nivel, con la concurrencia de esclarecidos pensadores, muchos, exjefes de Gobierno en sus repúblicas, entre ellos Lula, Cerezo y Mujica.

El hilo conductor de nuestra política exterior, magistralmente esbozada por el presidente Correa y conducida con inteligencia y patriotismo por el canciller Ricardo Patiño, dio cabal cumplimiento a un compromiso de honor logrado con creces, y que convocó a Sudamérica al centro del planeta.

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