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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

Sobre esa izquierda equívoca

26 de agosto de 2016 - 00:00

Hay todo el derecho a discordar con los gobiernos nacional/populares latinoamericanos, como el venezolano, el ecuatoriano, el boliviano o el que hubo hasta 2015 en Argentina. Son gobiernos que no han superado el horizonte del capitalismo y que en sus importantes reformas sociales han sostenido inevitables limitaciones; aunque, por supuesto, está la pregunta de si la superación del capitalismo es posible sin revoluciones frontales, mientras se ve que tales revoluciones hace décadas que están mundialmente ausentes. Pero aún atendiendo a esas consideraciones, cabe -para quienes son críticos de la desigualdad y el privilegio sociales- la posición de no acordar con estos gobiernos y criticarlos desde la izquierda.

Pero lo que no cabe, en cambio, es recostarse en la derecha para sostener esa posición, converger con los sectores conservadores, o hacerles de ‘ala progresista’ y políticamente correcta. Como el stablishment es incomparablemente más fuerte que esas izquierdas radicalizadas, el aprovechamiento que hace de las críticas de esas izquierdas se convierte casi en automático. Solo ese stablishment es una opción real de gobierno -en plazos históricamente previsibles- contra la opción nacional/popular.

La actual situación en Argentina ojalá sirviera de espejo donde otras se miraran. Allí donde volvió la derecha al gobierno vemos cómo ‘Pino’ Solanas, vocero del ambientalismo radicalizado, se lamenta de que “ya no lo invitan” a la televisión.

Es que cuando lo llevaba la TV privada a atacar al gobierno nacional/popular, lo recibían como a un camarada. Se encandiló con las luces del set, creyó que lo llamaban por su inteligencia, su simpatía o por el fervor que inspiraban sus ideas. Pero no. Lo llevaban porque sus críticas les venían bien a los propietarios del canal, representantes del conservatismo político y la defensa de las corporaciones empresarias.

Y ahora, él ya no les sirve. Sus críticas a las políticas de Macri -políticas mucho menos buenas que las del anterior gobierno casi en cualquier área que se busque- no interesan a los dueños del poder mediático. O interesan que no. Que no sean propaladas. Así, los voceros de esa izquierda (con suerte igual que los nacional/populares) han sido abolidos de los medios hegemónicos.

La moraleja es obvia. El capital sabe lo que hace, y no se equivoca respecto de definir sus aliados y adversarios. Por ir contra los gobiernos nacional/populares, los adalides del capitalismo no tienen problema en hacer concesiones a una izquierda que adivinan lejana a la posibilidad efectiva del poder. Pero ya teniendo el stablishment su gobierno propio (o, cuanto menos, aliado), cualquiera que se ponga enfrente será implacablemente silenciado o atacado -o sufrirá ambas cosas a la vez-.

Ojalá la posibilidad de aprender, que tanto enfatizara Lenin, no se haya borrado de las mentes de los militantes sociales y políticos de nuestros países, como para que ellos sepan tomar cuenta de esta prístina lección. (O)

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