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El Telégrafo
Ilitch Verduga Vélez

Semana Santa, fanesca y antinatura política

10 de abril de 2015

La Semana Santa es el lapso propicio para la expiación de las faltas veniales y capitales de nosotros los cristianos. Similares acciones realizan los musulmanes durante el Ramadán y los judíos en el Yom Kippur. Las religiones monoteístas asumen similares conceptos y principios para que los fieles se arrepientan de los pecados y oren ante el Dios universal y todopoderoso suplicando su perdón.

En Ecuador, la cultura vencedora del conquistador hispano trajo consigo e impuso la Semana Mayor como una conmemoración magna, cuyas connotaciones van más allá de la práctica religiosa y asume características especiales de religiosidad popular y ciertamente se convierte en jornadas donde se entremezclan  masivas procesiones, mandas, penitencias de cumplimiento de  promesa por favores recibidos de la divinidad. También y en el pasado reciente se constataban costumbres peculiares, como la vestimenta de luto, especialmente el Viernes Santo de hombres y mujeres. Y desde luego, el consumo de un plato muy famoso hasta nuestros días: la fanesca, de preparación laboriosa y demandante de mucho esfuerzo y amor, cuyo origen es inquietud de historiadores, sociólogos, periodistas y antropólogos, que aún no logran acuerdos o criterios convergentes sobre su significado doctrinal, aunque sí como actividad masiva de ingesta de las mayorías.

Algunas de las actividades oposicionistas recientes donde hubo marchas de líderes y partidos de todo pelaje y bandería, desfiles por reivindicaciones desfasadas y aldeanas, evidencian el trajín conspirativo de unos cuantos. Otros, como emblemático hecho demostrativo de su raigambre popular, degustaron fanesca y publicitaron negativamente el potaje mayor de nuestra culinaria, aunque celebrando la unidad electoral que buscan y que la mediocracia auspicia. En referencia a ello evoquemos entonces eventos tragicómicos de nuestro devenir, por ejemplo los de la derecha populista de Bucaram, que el comer guatita tenía la categoría de rito. Aquel régimen que con un plan de gobierno, copia del que produjo para el ejercicio menemista en Argentina el mismísimo Cavallo, intentó un remedo de convertibilidad en nuestro país que sembró las raíces de la dolarización, medida que soportamos y que esperamos que futuras generaciones no la sufran.

Las prácticas inmediatistas de la acción política partidocrática, el desorden administrativo la corrupción generalizada, solvento la crisis institucional que sumió e inicio en nuestra patria un periodo de desaliento institucional con tres presidentes expulsados de Carondolet. No obstante las causas  que provocaron la caída de  gobernantes que falsearon promesas y juramentos fueron  válidas. Empero, la memoria colectiva es feble, olvida traiciones y perfidias de aquellos renegados que nuevamente se exigen volver al mando y colmar sus ansias de poder y de riqueza mal habida.

Hoy, cuando vivimos uno de los escasos períodos de estabilidad y gobernabilidad, y casi una década de cambios y progreso solo comparable a la de la alfarada, reaparecen los viejos y nuevos fantasmas de la derecha atrabiliaria y golpista, llevados en andas por grupúsculos de izquierda antehistóricos y viscerales que usan y abusan de las garantías republicanas para sus planes desestabilizadores. De allí que hay que reforzar la convicción histórica de que el marco legal y constitucional es lugar del libre juego democrático, y que la sedición debe ser rechazada siempre. (O)

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