Según algunos analistas, con la caída del Muro de Berlín se inició la globalización. Para otros, esta es sinónimo de la mundialización del imperialismo y una etapa de este. El fin del llamado socialismo real, pareció marcar, según Fukiyama, el fin de la historia y el arribo a un escenario en el cual quedaba abierta una sola vía: la capitalista y en ella un modelo, el neoliberal. En el cuarto de siglo transcurrido, los resultados han sido -entre otros- el dominio absoluto del capital, el desmantelamiento del estado de bienestar (en Europa), y el agravamiento en ese continente del desempleo y la pobreza.
Ante aquello, parecía imponerse una vigorosa reacción por parte de las fuerzas progresistas. Lo alarmante fue el afianzamiento de la derecha- Alemania, España, Reino Unido-, y la amenaza creciente de una ultra lindante con el fascismo -Francia, Italia, Dinamarca-. En la Unión Europea se fue imponiendo el conservadorismo y la ‘delgada línea roja’ entre la socialdemocracia y los partidos reaccionarios se hizo cada vez más tenue. La UE, cada vez más dependiente de Estados Unidos, se sumó en bloque a sus decisiones bélicas y económicas. El proceso de asimilación de Europa parece culminar con la suscripción de la Asociación Trasatlántica de Comercio e Inversión (TTIP), casi resuelta por Merkel en la última cumbre celebrada con el presidente Obama y los mandatarios de Francia, Gran Bretaña e Italia, pese a la oposición de miles de pequeños productores y ciudadanos de a pie.
Entre los objetivos no declarados, pero manifiestos, están el debilitamiento de Rusia -por ello el apoyo bélico a Ucrania- y, finalmente, de China, cuyo avance es una real amenaza al poder omnímodo estadounidense. En el medio se han topado con el autodenominado Estado Islámico, a cuyos promotores ayudaron y armaron en Afganistán, Irak, Libia y Siria.
El escenario actual no puede ser más oscuro. Por primera vez desde la II Guerra Mundial, la ultraderecha triunfa electoralmente en Austria, con Hofer, en primera vuelta; igual acontece en Serbia. Una ola xenófoba se extiende por el Viejo Continente y no hay excepciones en el maltrato a miles de inmigrantes que huyen de la guerra y la miseria. En Estados Unidos la contienda electoral tiene como protagonistas al innombrable representante del Partido Republicano, que gracias a sus ofertas de construir un muro frente a México y buscar la preeminencia bélica de su país, es ya el candidato seguro de ese sector. Entre los demócratas, Hillary Clinton con los ‘votos calificados’, aventaja a Sanders, que viene dando una lección inesperada de clara conciencia progresista. Ella ha apoyado las guerras desatadas en lo que va del milenio y no hay nada que garantice un cambio de rumbo si es elegida -y eso que representa no el mal menor, sino el único deseable-.
La ‘peste’ se propaga a América Latina: Argentina, Venezuela y sobre todo Brasil demuestran el poder del imperio aliado a las poderosas burguesías sudamericanas.
La esperanza está en que los pueblos despierten y, a lo largo del mundo, hagan sentir su fuerza. (O)