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El Telégrafo
Fander Falconí

Robin Hood de las ideas

04 de mayo de 2016 - 00:00

Bienaventurados los que destapen el conocimiento, de ellos será el reino de la justicia. Los Assange de este mundo, desde el destape de las WikiLeaks hasta el destape de los ‘Panama Papers’, están contribuyendo a difundir la verdad.

Pero así como hay paraísos fiscales, existen paraísos del conocimiento. Hay una persona que ha contribuido más que todos ellos juntos a la difusión de cientos de verdades, a la liberación del conocimiento, monopolizado, no por sus investigadores descubridores, sino por quienes los explotan, robándoles sus descubrimientos, para poder explotar con ellos al resto de la humanidad.

Les presentamos a Alexandra Elbakyan, una estudiante de posgrado de Kazajstán, ex Unión Soviética. A sus 27 años es la responsable de haber echado a volar a 50 millones de investigaciones universitarias. Ese acervo académico, equivalente a millones de bibliotecas de Alejandría, está disponible en el sitio web Sci-Hub. Como el hecho de haber accedido a esos papeles implica el robo de contraseñas, algunos consideran que Elbakyan es una delincuente. Pero muchas personas ven en Alexandra una moderna Robin Hood, que roba a los acaparadores del conocimiento y lo reparte a todos.  

A diferencia del ladrón medieval del norte de Inglaterra o de nuestro Naún Briones, inmortalizado en la novela Polvo y Ceniza, de Eliecer Cárdenas, Alexandra no conoce personalmente a sus víctimas ni a sus beneficiarios. Y como no regala algo tangible, no suma donaciones, las multiplica. Si coloca en el ciberespacio 50 millones de documentos, estos son leídos y aprovechados tal vez por unos 500 millones de ciberlectores, incluyendo a cientos de miles de traductores. Y lo más lindo de todo es que este saber es gratis, como todo lo bueno en la vida.

Otra diferencia entre Alexandra Elbakyan y Robin Hood es que como la primera no ve a los lectores de su sitio web, no solo beneficia a los países pobres, que carecen de recursos para pagar el acceso a tales investigaciones. Un tercio de los usuarios de Sci-Hub proviene de los países ricos, incluyendo a varios del Valle del Silicón, la vanguardia de la investigación informática.

El acceso a las investigaciones más avanzadas no es solo cuestión de dinero, pese a que en 30 años se ha quintuplicado el precio de las publicaciones académicas. Es también cosa de burocracia y de ganar tiempo. El campo donde más se trata de ganar tiempo es el médico. Si se ha descubierto una cura contra X tipo de cáncer y un paciente se está muriendo en un país pobre, hay que recurrir a Sci-Hub.

Se informa del nuevo descubrimiento y se podría usar; no obstante, estamos claros que se requiere investigación aplicada. Respetar el camino correcto implicaría esperar que se publique en un medio más asequible, esperar que la multinacional farmacéutica compradora de la investigación lo pruebe y lo comercialice, confiar en que se pueda pagar el costoso medicamento. Hasta mientras, ya se han muerto miles de pacientes. El conocimiento es público y no debe ser privatizado. Una cosa es el derecho del investigador y otra es el abuso del comercializador. (O)

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