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El Telégrafo
Fander Falconí

Revolución silenciosa

30 de marzo de 2016 - 00:00

Así como los puentes y las carreteras son ejemplos de realizaciones concretas de un régimen, hay obras que no se ven a simple vista. Estas obras solo se hacen visibles al observador que reflexiona, al que es capaz de comparar en forma crítica el pasado con el presente. Estas obras transforman la realidad, pero no se detectan enseguida. Son parte de una revolución silenciosa.
Todo país, independientemente de su ideología, requiere de una regulación de su economía, con controles posteriores que verifiquen su cumplimiento. La ausencia total de regulaciones es tan utópica como la ausencia total de opciones.

Para la economía convencional, el Estado debía actuar solo cuando existieran ineficiencias de mercado, es decir, cuando no se cumplieran los supuestos de la competencia perfecta. Aunque la economía convencional idealizaba un Estado pequeño, débil y sin pretensiones (en el cual funcionaba bien la impecable lógica capitalista de socializar pérdidas y privatizar ganancias), Ecuador apostó por un Estado fuerte.

El nuevo Estado ha sido el distribuidor y el redistribuidor de los ingresos, con éxitos sociales reconocidos por los propios organismos internacionales. Antes la planificación estatal había ido disminuyendo hasta el tamaño de una insignificante dependencia del Ejecutivo. La recuperación de la tarea planificadora del Estado se concretó en el Plan del Buen Vivir, que establece objetivos, metas, mecanismos de seguimiento y verificación. Además, la planificación está vinculada con el presupuesto y a un inventario de recursos. La planificación ahorra tiempo y dinero, en especial porque evita la duplicación de esfuerzos y de funciones.

No obstante, los avances que menos se han publicitado y que, sin embargo, son los que más siente el ciudadano común, han sido los territoriales. El Ecuador de antes, hablando con sarcasmo, bien podía haber tenido el escudo de Carlos V: el águila bicéfala. Pero en vez de representar a España y Alemania (como fue para Carlos V), hubiera sido el símbolo del ‘bi-centralismo’ que había imperado en Ecuador: Quito y Guayaquil habían absorbido todo, al menos hasta hace poco.

El reordenamiento del Estado en el territorio empieza por la descentralización: la transferencia de ciertas competencias y recursos del Ejecutivo a los gobiernos autónomos descentralizados (GAD); este es el caso del tránsito, por ejemplo. Además, por primera vez, se ha focalizado de mejor manera la inversión pública en el territorio.

Tampoco se puede afirmar que todo ha sido perfecto. Los desafíos son quizá mayores, pues ahora las exigencias de la sociedad son más estrictas. Se necesita un Estado emprendedor e innovador de la economía. El Estado emprendedor ha sido el elemento clave en varios países para la innovación informática, biotecnológica, nanotecnológica y ecológica, como siempre nos recuerda la investigadora Mariana Mazzucato, de la Universidad de Sussex.

Se ha dicho que el mercado es un excelente servidor de la sociedad, pero como amo es horrible. Por eso, Ecuador debe aspirar a una sociedad libre con mercado regulado, no a una sociedad sin regulaciones de mercado ‘libre’. Y, claro, con un rol más protagónico a la sociedad. (O)

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