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El Telégrafo
Jorge Núñez Sánchez - Historiador y Escritor

Retos de la naturaleza (1)

06 de agosto de 2015

Desde la más lejana antigüedad, los grandes fenómenos naturales impactaron con fuerza en la conciencia de los seres humanos, quienes, enfrentados a fuerzas que desconocían y fenómenos que no comprendían, optaron por atribuirles orígenes mágicos o divinos.

A partir de la época moderna se instituyó el concepto de ‘desastres naturales’ para identificar a esos fenómenos de la naturaleza que, en la mayoría de ocasiones, nos resultan incontrolables, aunque muchos de ellos son causados precisamente por las acciones humanas sobre el medio ambiente. Ello nos pone ante el dilema de comprender esos sucesos, que son en verdad fenómenos normales en el escenario geográfico en el que discurre la vida humana, pero que terminan siendo desastres para los seres vivos.

Erupciones volcánicas, terremotos, aludes o deslizamientos de tierras, taponamientos de ríos, diluvios, inundaciones, sequías o huracanes son, pues, fenómenos normales en el funcionamiento de nuestro planeta, aunque sus efectos sobre la vida social suelen ser catastróficos, pues destruyen obras construidas por el esfuerzo humano y afectan gravemente a la vida, a la salud y a la economía de los pobladores de una región determinada.

Precisamente por ello, los desastres naturales han sido considerados sucesos trascendentales de la historia. La humanidad toda, desde la más lejana antigüedad, ha registrado los sucesos más destacados de este tipo mediante la mitología, las referencias en libros sagrados o las crónicas. El mito de la destrucción de la Atlántida y la desaparición de la civilización minoica, sepultada bajo las aguas del mar Egeo, o el mito bíblico del Diluvio Universal, son dos de esos antiguos registros de la memoria humana sobre grandes desastres, atribuidos en su tiempo a la ira divina y hoy interpretados como fenómenos de origen natural.

Más modernamente, cada país o nación ha guardado memoria de esos fenómenos como parte de un proceso de aproximación racional a la comprensión de los mismos. Y es que el desastre natural es, casi siempre, también un desastre social, ya que conlleva la desorganización de las formas de vida colectiva, la ruina del escenario geográfico habitado por el hombre, la destrucción de la infraestructura levantada con gran esfuerzo, el arrasamiento de los cultivos agrícolas y pecuarios, y el despoblamiento temporal o definitivo de una región, sea por causa de la mortandad de gentes y animales o por las migraciones desesperadas que siguen al fenómeno destructivo.

Actualmente el desarrollo de las ciencias naturales e históricas nos permite entender de mejor manera estos fenómenos, sus orígenes, expresiones y alcances, pero no nos permite evitarlos y a veces tampoco predecirlos con exactitud. Sabemos que la llegada del fenómeno El Niño traerá gran pluviosidad y que seguramente producirá inundaciones y deslaves, pero nada más. Conocemos que una erupción del Cotopaxi producirá lahares y suponemos que tendrá efectos similares a los de erupciones anteriores, pero no sabemos cuándo ocurrirá. Son los límites del conocimiento. (O)

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