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El Telégrafo
Ilitch Verduga Vélez

Quito, ‘Luz de América’, sede de Unasur

05 de diciembre de 2014

En 1809, tiempo después de conocerse la gesta libertaria del 10 de Agosto, fray Camilo Enriques, chileno y docto amante de la independencia americana, exclamó: “Hay una tea de libertad que se ha encendido, es la de Quito, Luz de América”. El ilustre sacerdote intuía y estaba cierto de que el ejemplo de los patriotas quiteños iba más allá de otros pronunciamientos producidos en otras latitudes del continente, como el de la Universidad de Charcas en Bolivia, y que el grito de Quito era un movimiento emancipador con sólidas estructuras doctrinales sustentada por una pléyade de intelectuales racionalistas y revolucionarios que fueron capaces de dotarlo de una Constitución basada en las enseñanzas de los enciclopedistas y generar un ejército para defenderlo.

El devenir de América registra la acción de  los héroes de la jornada histórica quiteña de agosto, premonitoria de lo que sería  el proceso  de liberación latinoamericana, pero también la tragedia, sin la prognosis del destino. El 2 de Agosto de 1810, la mayoría de esa generación iluminada fue asesinada a mansalva por los militares españoles y peruanos del batallón  Real de Lima, que además saquearon la ciudad y mataron a  buena parte de sus habitantes en una carnicería bestial.

Hoy nuestra bella capital luce sus glorias eternas, señaladas con justicia por sus nobles acciones. De ancestro indígena y mestizaje ilustrado, tutora de una cultura con una escuela de arte comparable a las europeas del Renacimiento, su acervo civilizatorio de generaciones nos alimenta. Declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad, su designación como capital de Sudamérica -al ser sede de la Unasur- es un acto de legitimidad política y moral que nos sumerge en sano orgullo a todos los ecuatorianos y, en consecuencia, debemos felicitarnos y estar junto a ella.

La Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) es el desafío de integración más importante del subcontinente, implica un sistema regional relevante e integrador de una tierra pletórica de recursos naturales, habitada por pueblos inteligentes y aguerridos, que caminan juntos hacia un porvenir luminoso -soñado por nuestros libertadores hace casi doscientos años-, convierte al Ecuador en el anfitrión permanente de las naciones hermanas de Sudamérica y a su capital en el horizonte de la controversia intelectual, constructiva, de la unificación regional necesaria y urgente.

El régimen de la Revolución Ciudadana ha cumplido con creces sus obligaciones de hermandad latinoamericana, ha dotado a la organización de la infraestructura humana y técnica necesaria. El complejo arquitectónico futurista y monumental, que llevará el nombre del primer secretario del organismo, el ilustre estadista argentino Néstor Kirchner, es un aporte a la población quiteña, y ella entrega a la evaluación de América y el mundo su grandeza histórica, junto a la supremacía estética de una ciudad donde se combinan la hermosura geográfica de la cordillera de los Andes y sus volcanes y el contraste con los valles cálidos y frondosos. Y la contradicción de la arquitectura  colonial con la actual, que relativiza la sensación extraordinaria de admirar una metrópoli creativa y vibrante, a veces increíblemente reflexiva, pero siempre llena de esperanza.

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