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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

¿Quiénes inspiran ahora el Plan Cóndor de nuestros tiempos?

29 de mayo de 2016

Hace 30 años exactamente una organización subversiva e insurgente retuvo (plagió sería el término jurídico exacto) al representante del gobierno del ingeniero León Febres-Cordero ante el Tribunal de Garantías Constitucionales, el abogado y editorialista Enrique Echeverría.

El año 1986 fue quizá el más emblemático en la violación de los derechos humanos: las cárceles tenían a decenas de personas detenidas por oponerse al gobierno de ese entonces, en las mazmorras del llamado SIC se torturó salvajemente a culpables o inocentes de acciones subversivas, luchadores populares o simples trabajadoras sexuales.

La demanda de esa organización, tras el plagio cometido, fue que ese Tribunal iniciara un juicio al Presidente de la República por las violaciones a la Constitución, tal como se explicaba en el documento entregado al titular de esa entidad, Efrén Cossíos. Más allá del cuestionamiento al método de la demanda y del plagio como medida de presión, en la opinión pública había conciencia y elementos motivados para justificar el inicio de un juicio así.

El año 1986 fue el inicio del fin del socialcristianismo en Ecuador y, por qué no, también el declive o derrota de la subversión armada. Ese mismo año se rompieron récords de muertes violentas, asesinatos extrajudiciales, huelgas y paros nacionales, inflación, pobreza y endeudamiento externo. Como pocos de esa década, 1986 dejó claro para el mundo entero que la derecha latinoamericana no dejaría un solo espacio para la subversión, la insurgencia o una propuesta democrática para contar con políticas públicas soberanas y a favor de las mayorías. Y todo eso sin descontar que fue el año en el que más acumulación de riqueza se registró en la oligarquía nacional.

Y ello ocurría en el marco de la ejecución del Plan Cóndor. Se dice, incluso, que gracias a ese proyecto militar continental se ejecutó la muerte de dos mandatarios latinoamericanos: Roldós y Torrijos. Hasta ahora no se ha podido determinar jurídicamente que haya sido así, pero en el imaginario continental eso no se discute.

No podemos olvidar que tras esa arremetida represiva se gestó el llamado Consenso de Washington (1989) para desarrollar y aplicar políticas que propugnaban la estabilización macroeconómica, la liberalización económica al comercio y a la inversión, la reducción del Estado, y la expansión de las fuerzas del mercado dentro de la economía doméstica. No podemos olvidar que uno de los mayores defensores y teóricos criollos de esa tendencia ideológica y política fue Alberto Dahik, a quien se le consideraba el ‘delfín’ del ingeniero Febres-Cordero, con quien después rompería para convertirse en el vicepresidente de Sixto Durán Ballén.

Y lo pudieron hacer porque habían derrotado a la subversión, bloqueado al movimiento sindical,  pero sobre todo porque la socialdemocracia, la democracia cristiana y el populismo de la época dieron por hecho que no había otra vía que la establecida en ese Consenso de Washington.

¿Por qué ahora se dice que está en marcha un Plan Cóndor? ¿Es posible sin militares como los condenados este fin de semana en Argentina? ¿Quiénes lo desarrollan, implementan y aplican para combatir a los “nuevos subversivos” de este siglo (los gobiernos progresistas)? ¿Es una paranoia o solo un reflejo de teorías conspirativas?

Como hace 30 años el neoliberalismo no solo es una doctrina o programa económico. Todo lo contrario: se trata de todo un conjunto de ideas, nociones, estrategias y proyectos para consolidar al capitalismo más rancio y concentrar la riqueza en el poder financiero. Para eso necesita de unos aparatos de represión y unas herramientas violentas. La diferencia es que esos aparatos ahora se concentran en determinados grupos políticos y mediáticos, con periodistas y analistas bien fondeados para bombardear, aniquilar y torturar la imagen, el prestigio y la dignidad de las personas que apoyan o forman parte de los gobiernos progresistas. Eso no descarta la presencia activa de militares en servicio pasivo que formaron parte de ese Plan Cóndor, del cual fueron sus más disciplinados soldados.

América Latina, como hace 30 años, experimenta esa perversa acción de grupos, organizaciones supuestamente no gubernamentales, falsos líderes de opinión y medios cooptados y militantes del neoliberalismo económico e ideológico (como lo prueban los criterios de los entrevistadores, blogueros y troles que abundan en estos días).

Ahora construyen los argumentos para reprimir, encarcelar, enjuiciar y condenar a todo líder progresista. Ya empezaron con Dilma y Lula, seguirán con Cristina y no cesarán con todos los demás. Son los mismos que callaron durante décadas las atrocidades de Pinochet, y que hoy, tras la sentencia en Argentina, buscarán ignorar la noticia o colocarla en el rincón de los noticieros o periódicos.

Y también es cierto que este nuevo Plan Cóndor solo puede ocurrir por la complicidad de esos sectores de izquierda y gremiales que se someten al neoliberalismo para no comprometer sus privilegios o supuestos principios intocables. Ahí están los académicos y líderes izquierdosos abogando por las libertades y garantías del capitalismo.

Si la historia tiene algo de maestra y partera es porque cada cierto tiempo nos devuelve las razones para entender por qué los Plan Cóndor, el Consenso de Washington o los Frentes de Reconstrucción Nacional son solo la expresión de la derecha más rancia, de aquella que reclama inversión extranjera pero deposita sus ganancias en paraísos fiscales y reprime toda insurgencia rebelde. (O)

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