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El Telégrafo
Cecilia Velasco

Luismi y su papá

04 de agosto de 2018

Caí en la miniserie de Luis Miguel, el cantante mexicano. Si bien los personajes son planos, resulta verosímil que el paterfamilias explota en todos los sentidos a su talentoso hijo motejado el “Sol”. Lo hace para lucrarse del trabajo del pequeño hasta cuando es ya adulto, y ejerce plena autoridad. No solo practica abuso económico, sino que invade áreas privadas de la vida de su descendiente hasta forzar su voluntad y erigirse en amo.

Es necesario que el Estado garantice el bienestar superior de los niños y jóvenes, porque muchas familias tienden a cerrar la puerta para que no se sepa los hechos horribles que ocurren dentro, como pasa con nuestro héroe pop Luismi. Más allá de respetar el derecho de los padres a diseñar sus particulares métodos de crianza, debe existir vigilancia social -no solo del Estado- que busque proteger al bien mayor, los niños y niñas, diseñada para que no dejen de asistir a sus centros educativos y se mantengan sanos, seguros, protegidos, libres de las diversas formas de explotación y abuso económico, psicológico, sexual.

Es escandaloso el titular reciente del periódico ecuatoriano El Universo: “Asamblea respalda derecho de padres para criar a sus hijos sin interferencias del Estado” y es repudiable que el poder legislativo se comprometa, con más de 70 votos, a “la defensa del derecho de los padres y madres a la libertad para criar y educar a sus hijos de acuerdo a sus principios, creencias y sus opciones pedagógicas”.

Antes, la Corte Constitucional había emitido una reafirmación del “derecho que tienen los y las adolescentes de decidir autónomamente sobre su salud sexual, de expresar su opinión y su consentimiento de manera directa sin la injerencia ilegítima del Estado, la sociedad o la familia”.

No es nombrando a los padres y las madres, a los adolescentes y las adolescentes que se otorgan derechos y, paralelamente, protección a niños, niñas y jóvenes, sino con una educación integral -la sexual a la cabeza- científica y laica que permita decidir a los jóvenes con quién y cuándo; con una práctica cotidiana que, desde la cuna, forme sujetos libres y orgullosos, y no siervos reprimidos. (O)

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