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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz

¿Nos quedamos con radio bemba?

15 de agosto de 2016

Los tiempos que corren, tan apurados y virtuales, nos distancian de las formas de comunicación tradicionales. Ver televisión y oír radio, en Ecuador, es un ejercicio que desanima y aflige. Varios medios no son más que un desaguadero de miserias. Así, buena parte de los programas de entretenimiento e, incluso, los noticiarios, están plagados de una enorme rusticidad profesional, por decir lo menos. Ergo, cada formato exhibe, como faena principal, el deterioro del lenguaje visual y auditivo; una aberración que solo es posible entender por la impavidez de las audiencias.

Muchas personas me dicen que deben ser ya unos 5 años que no siguen –de modo rutinario- los noticieros matutinos de televisión, y en una especie de purga audiovisual decidieron migrar al mundo de la radio. En tal circunstancia y de acuerdo a temas, enfoques y entrevistados, hacen zapping en el dial y se quedan con lo que consideran potable. Pero tal gimnasia no alcanza para mantener en buen estado los músculos de la información y la opinión. El champú radial no desenreda ningún contenido, por el contrario, dificulta que algún oyente aclare la opacidad que otros medios (impresos, televisivos o radio bemba) crean en el público.  

Sin embargo, la migración no acaba en las emisoras. La migración (mediática) se hipersubdivide en la pantalla virtual. Del celular, de la tablet, de la laptop. Todas, en apariencia, distintas e iguales… al mismo tiempo; o sea, la mejor simbiosis de la tecnología que dispersa y aglutina los hábitos del cada día peor infierno individual que nace –precisamente- del poderío de linkear, sin pausa, el conocimiento y el excremento.

Por eso es que los sitios que fueron sustituyendo a diarios o revistas impresos hoy revelan el grado cero de la creación y la diferencia. La migración virtual, hipotéticamente, permitiría a los hombres, lobos del mar sin cautelas, inventar nuevos galeones y métodos de navegación que se asemejen a aquellos que un día rompieron el tiempo de nuestro ayer, es decir, cuando iniciaron la conquista –hace 5 siglos- apenas apeados –ellos- de las carabelas. Pero no, los de hoy no son lobos de mar, ni de la zona de confort en que se ha convertido operar un computador personal, un recipiente de piratería y excreción políticamente correcto.

Si esto es lo que hay después de la TV, la radio y los diarios, ¿entonces?, ¿dimitimos de los trastos modernos?, ¿apagamos la luz y confiamos en radio bemba? ¡Imposible! Porque en el mismo tejido virtual hay paraísos de la creación humana que relativizan la tontada de unos pocos. Paraísos del discernimiento, de los saberes contiguos y lejanos, de las ideas que oxigenan al globo, de la virtud del espíritu humano. Paraísos de la locura y la cordura. Paraísos de la continuidad y la ruptura.

Apagaremos la radio o la TV, pero no la luz. La luz del planeta virtual que ofrece a los navegantes más pasajes en el mar, más cielo en el cuerpo, más encrucijadas por resolver. Si nuestro know-how local es una bacinilla de haraganes, la oportunidad que tenemos es total, absoluta, porque nada nos impide buscar y hallar; tropezar y desechar; migrar y volver a empezar.  

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