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El Telégrafo
Melania Mora Witt

No todos los muertos son iguales

02 de abril de 2016

La prensa internacional informa casi diariamente acerca de atentados que cobran la vida de cientos de víctimas en diversos lugares del planeta. En Nigeria produjeron 24 muertes;  32 en Turquía; 41 en Irak; 22 en Yemen; 72 en Bruselas, sin contar las del año anterior en París. Todas originadas en ataques protagonizados por un terrorismo que no reconoce fronteras.

Sin embargo, el trato mediático es diferente al mencionar estos hechos luctuosos. Casi ningún diario -por lo menos en Ecuador- destaca en primera plana lo acaecido en países africanos o del Medio Oriente. ¿Será que entre los muertos existen diversas categorías y que unos son más importantes que otros? Al parecer, si los ataques suceden en ciudades europeas y las víctimas son oriundas de esos países, deben destacarse en la prensa del mundo. En los que perecen árabes o negros se los reseña en páginas interiores y por pocos días.

Acerca de estos temas habló en Telesur el escritor, director de cine e historiador pakistaní Tariq Alí. Nacido en Lahore -lugar de la tragedia-, se destacó desde sus días estudiantiles de lucha contra la dictadura y, más tarde, como alumno de Ciencias Políticas y Filosofía en Oxford, al ser el primer pakistaní electo como presidente del Sindicato de Estudiantes. Fue famoso su debate acerca de Vietnam con Henry Kissinger. Estuvo entre los 19 firmantes del Manifiesto de Porto Alegre. Ha escrito novelas, ensayos y, junto a Oliver Stone, cine.

Al particularizar en el atentado ocurrido en Pakistán, hizo un largo recuento de los que, a su juicio, deben ser elementos de análisis. Mencionó la dictadura militar que impuso en su país políticas neoliberales, que han  incrementado la pobreza y miseria de la población. Miles de niños trabajan en condiciones similares a las descritas por Dickens.

Los gobiernos civiles que se han turnado en el poder han mantenido esos programas, en un ambiente de corrupción generalizada. La educación para los sectores populares se delegó a clérigos islamistas que infunden una religiosidad a ultranza, en la que se refugian los pobres y en la cual los terroristas pescan adeptos fanáticos.

Como telón de fondo mencionó la llamada ‘Primavera Árabe’, en la cual supuestamente los países norafricanos y del ‘cercano Oriente’ conseguirían regímenes democráticos. El proceso se manipuló desde Estados Unidos y la Unión Europea, que aprovecharon para destituir a sangre y fuego -Irak y Libia- a gobernantes examigos, que dirigían regímenes laicos y poseían mucho petróleo. El paso siguiente fue Siria, donde tropezaron con una resistencia no calculada. En Afganistán gobiernan los grupos armados por Occidente contra la URSS y son el principal reducto del terrorismo; allí se entrenan jóvenes musulmanes, muchos nacidos en países europeos, no asimilados a esas sociedades que los mantienen relegados y resentidos.

Las consecuencias son olas incontenibles de inmigrantes y terrorismo internacional. Solo un cambio radical descolonizador e incluyente hará posible sociedades pacíficas y equitativas. (O)

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