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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

No parece tan difícil

19 de noviembre de 2014

No me ha sucedido nunca, afortunadamente. Por lo general, cuando conduzco trato de estar consciente de que esa calle, esa carretera, ese camino, no son solamente para que luzca mis dotes de Pat Moss frustrada o para que llegue a cualquier sitio media hora antes de lo previsto. O más. Y aunque a veces me puedo molestar y hasta reaccionar verbalmente a alguna situación del tránsito, intento ser respetuosa y solidaria en mi manera de conducirme por las calles de la ciudad y también las carreteras del país.

Por esto sorprende, indigna y duele ver cómo el Ecuador sigue siendo el reino de los accidentes de tránsito. Y también indigna, sorprende y duele ver cómo los conductores de transporte público y pesado salen en defensa de sus fueros después de que nuestras carreteras son teñidas de sangre incontables veces en un solo año, no se diga en períodos más largos. No quiero dar fechas exactas, pero desde hace unos meses, el tránsito de Quito, que estaba relativamente más organizado que tiempo atrás, ha vuelto a convertirse en un escenario en donde el surrealismo suele ser un preludio de la tragedia.

Me pregunto si realmente quienes están al volante, y sobre todo quienes están al volante de vehículos de transporte pesado o masivo, comprenden la responsabilidad que acarrea su trabajo, noble, como todos los trabajos que están al servicio de las necesidades humanas. Me pregunto, cuando veo dos buses jugando a ser ambulancias con sirena en las inmediaciones de la avenida Galo Plaza, si realmente comprenden que lo que llevan en su interior son vidas humanas, personas que anhelan llegar sanas y salvas a algún lugar, madres de familia, trabajadores, niños de escuela que están comenzando a vivir, abuelitas que hacen largos viajes a través de la ciudad para visitar a sus nietos.

Me pregunto, cuando me detengo ante un paso cebra o una zona de seguridad para que crucen las personas y algún apurado pita y saca el brazo por la ventana en un gesto iracundo, me pregunto, digo, si comprende que estoy respetando la vida de los más vulnerables en las calles, de quienes -además- están haciendo uso del espacio señalado y reservado para ellos.

Me pregunto, en últimas, cuando leo una noticia relacionada con las tragedias del tránsito, si quienes se dan a la fuga después de causar accidentes graves, con muertes y terribles consecuencias para ellos y sus familias, se dan cuenta de todo lo que se llevan por delante, y de que no es una cuestión de orgullo o demostración de poder, sino de vida o muerte.

Desde hace unos meses, el tránsito de Quito, que estaba relativamente más organizado, ha vuelto a convertirse en un escenario en donde el surrealismo suele ser un preludio de la tragedia.

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