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El Telégrafo
Jaime Galarza Zavala

No callar

15 de octubre de 2015 - 00:00

La central del espionaje y el terrorismo oficial de EE.UU., la CIA, por ahora ha descartado fomentar golpes de Estado sangrientos en América Latina como aquellos que auspició y organizó durante tres décadas seguidas: años 50, 60 y 70. Entonces cayeron bajo la guillotina dictatorial Guatemala, República Dominicana, Ecuador, Brasil, Bolivia, Chile, Argentina, Uruguay, El Salvador y otras tantas naciones, mientras al mismo tiempo Washington sostenía como seguros testaferros a regímenes como los del PRI en México o el de Stroessner en Paraguay. Fue aquel el tiempo del desprecio a los derechos humanos, el imperio de la tortura, los desaparecidos, las legiones de exiliados expulsados de sus respectivas patrias, en tanto se implantaba el reinado del neoliberalismo y el hambre de las masas aumentaba conforme crecía la deuda externa y el saqueo del petróleo y los minerales del continente.

Esa era de horror e ignominia concluyó en años recientes para dar lugar, en varios casos, a gobiernos revolucionarios y progresistas, entre cuyos basamentos figuran la defensa de la soberanía nacional, la recuperación de las riquezas naturales, la justicia social. Todo lo cual choca con las políticas de dominación imperial norteamericana.

Imposibilitada de volver actualmente a los golpes de Estado como los mencionados, la CIA aplica una nueva estrategia, conocida como la de los ‘golpes blandos’, que se practica mediante una escalada de difamaciones, calumnias, desinformación, sabotajes, ocupación de las calles, marchas violentas, resurrección de partidos y personajes difuntos, empleo a discreción de los grandes medios, etc., etc. Entre los principales métodos de los ‘golpes blandos’, figura descargar sobre los gobiernos insumisos toda clase de acusaciones de corrupción, conocida como es la justa sensibilidad popular contra este mal que siempre invadió la administración pública en nuestros países, lo que mueve a la decepción y al descontento de los gobernados, convirtiéndose en caldo de cultivo de los ‘golpes blandos’. Y es que en todos los mencionados países, por honestos que sean sus conductores, la corrupción hace presencia con sus consecuencias devastadoras. Así lo vemos hoy en Brasil, donde Petrobras, la gran empresa del Estado, ha sido minada por los corruptos, pese a todo control y a la honradez personal de Dilma Rousseff y del propio Lula.

En el caso ecuatoriano, hoy corre por las redes una ola de fango: son las acusaciones a todo nivel contra el gobierno de Rafael Correa, en relación con cada obra grande de las muchas que se construyen, o bien de los programas sociales, educativos, militares, policiales, deportivos, de inclusión social. Esta ola de fango es lanzada por aquellos que en el reciente pasado fulguraron cual elevadísimos astros de la corruptela administrativa más desembozada, como fuera el caso de toda clase de traficantes del febrescorderato y el gutierrato, ambos atados de pies y manos a las multinacionales tipo Texaco-Chevron y a la gran banca chulquera de EE.UU. y criolla. Ellos ponen en práctica la táctica del ladrón callejero que corre gritando: ¡cójanle al ladrón!

Esto no quiere decir que todas las acusaciones sean fruto de la maledicencia o el simple ánimo de dañar honras en la tenaz campaña con el gobierno de la Revolución Ciudadana. Así, se ha visto, por ejemplo, la veracidad en los casos de corrupción de instituciones como el IESS, ventajosamente sujetos a corrección y rectificaciones. Y es que ningún organismo nacional está libre de ser picado por los alacranes de la corrupción, ni siquiera los organismos más controlados como Petroecuador, o los proyectos más emblemáticos, como Yachay. Y es que donde está la troncha más jugosa está más despierto el apetito voraz de los depredadores.

Así es, y el deber de todo revolucionario, de todo ser honesto es combatir la corrupción dondequiera se encuentre, y afecte a quien afecte. Cuando se conoce con certidumbre un caso de podredumbre, el que lo sabe a ciencia cierta está en la obligación de no callar, o se convierte en cómplice de la corrupción. El ‘Che’ Guevara dijo alguna vez que en una revolución se puede meter la pata, pero no la mano. En nuestro Ecuador, la Revolución Ciudadana debe cortarles la mano a los corruptos, si se quiere consolidar el apoyo popular, y que avance a plena marcha la revolución. (O)

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