En la sucesión de una semana se produjeron los decesos de tres grandes exponentes de la cultura: Umberto Eco, Harper Lee y Oswaldo Muñoz Mariño. Da la impresión de que ángeles malvados esta vez acordaron truncar vidas valiosas, entrañables. En su memoria, como homenaje a quienes en distintos escenarios de la literatura, el arte, vertieron en las disciplinas del espíritu, belleza, talento y solidaridad, es necesario relievar su obra. Entonces, evocar a quienes desde el espacio yacente de la incorporeidad nos heredaron bienes universales aglutinados en palabra y color, es un deber. Umberto Eco. Generador de sentimientos libres, constructor de pensamientos profundos, en sus luchas peculiares con la filosofía y sus tiempos y con la abreviación del poder socrático nos ubicó en la semiótica, una ciencia de los signos. El desarrollo de la producción literaria lo convirtió en una celebridad mundial, después de la publicación del ejemplar más conocido -desde mi punto de vista-, no el mejor o fundamental, El nombre de la rosa, una novela de corte policial, reflejo de los imponderables del crimen, sustentado en la senda de la catacumba medieval, narra en forma cautivadora las búsqueda de un cura que indaga por un poema atribuido a Aristóteles para hallar otra realidad, más bien delictiva, en un recinto monástico de popes, libros. Extensa creación la de Eco, cubre los renglones del humanismo: filosofía, ensayo, comunicación, estética, poesía, novela. Nació en 1932 en Alexandria del Piamonte y murió a los 85 años en Milán. Uno de los pocos sabios designados por la Unesco. Maestro del Centro de Estudios Superiores de Boloña; Doctor Honoris Causa por 38 universidades. Su legado de miles de páginas tiene tesis esenciales: Teoría de la Comunicación, Baudolino, Cultura de Masas, La estructura ausente, Apocalipsis e Integrados, El problema estético de Santo Tomás, El Péndulo de Foucault. Su retiro, junto a célebres autores de la editorial Bompiani, comprada por el barón mediático Berlusconi, confirmó su alma laica y ética. Harper Lee. Escritora norteamericana, dejó su impronta básica en la literatura de su país con un relato conmovedor sobre la discriminación racial del melancólico Sur, en los EE.UU. de la depresión de los años 30. Matar un ruiseñor, su ópera prima, publicada en 1960, recibió el Pulitzer. Solventa la visión de una niña en referencia a un hecho que sacudió a un pueblo ganado por el odio racial y el desprecio social. La acusación en contra de un negro, acusado en juicio por delito sexual, del que es inocente y que todos saben concluirá con la condena. Los perfiles narrativos de la conducta social de la época están magistralmente descritos. Traída al cine con Gregory Peck en el rol del abogado defensor y una pléyade de formidables actores negros. En plena lucha por los derechos civiles se convirtió en ícono de ese tiempo vital del devenir de EE.UU. Medio siglo después editó su segundo libro Ve y pon un centinela. Nacida en 1926, murió a los 89 años en su Alabama. Oswaldo Muñoz Mariño. El acuarelista de la patria, muerto a los 92 años, es con certeza el mayor de los cultivadores del dibujo y la acuarela de Ecuador, en todos estos tiempos. Desde la década de los 50 inicia una carrera artística seria, de momentos fulgurantes. Graduado como arquitecto en la universidad mexicana, de la que fue docente. Vivió en México varios años. Realizó con éxito un centenar de exposiciones con suceso de crítica y público. Sus frescos son lecciones implícitas de lenguaje artístico, sin oclusiones semánticas, que van desde producciones subyacentes del paisaje a la recreación de mitos en el mural. Premio Nacional de la Cultura, tuve el honor de conocerlo en Chile, en el exilio generado por la dictadura del 63, aquella que Pedro Jorge Vera llamo ‘zoológica’. Sugerente, de voz persuasiva, con grandes energías creadoras, su obra permanecerá siempre. (O)
