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El Telégrafo
Jaime Galarza Zavala

Matar a Chávez

03 de diciembre de 2015 - 00:00

Durante dos décadas el fantasma de Ernesto ‘Che’ Guevara desveló y enloqueció al imperio, la derecha continental y esos puristas de izquierda que se autorrotulan como ‘revolucionarios’. Por eso descargaron su furia, su odio y su terror contra la más mínima sombra del Guerrillero Heroico. Para algo funcionaban la CIA, el Comando Sur y la Escuela de las Américas, esa fábrica de asesinos en serie. Para algo también habían nacido Videla, Pinochet y otros criminales semejantes.

Luego surgió a la historia el comandante Hugo Chávez Frías, que condujo la liberación de Venezuela e inició la Revolución Bolivariana, la cual regó su luz en todo el continente, propiciando independencia y soberanía antes negadas a nuestras naciones por orden de las transnacionales petroleras y bananeras, en yunta con las oligarquías criollas. El programa de Chávez era muy simple: devolverles sus riquezas, su voz y sus derechos a los postergados y marginados de siempre. Esos logros conquistaron el corazón de las multitudes. Tanto que cuando en abril de 2002 el comandante fue derrocado, secuestrado y conducido al pie del paredón, un océano de pobres descendió de los cerros de Caracas y rescató a su legítimo Presidente. El elegante sombrero del Tío Sam rodó por los suelos y los complotados, que se disponían a celebrar la danza de la victoria, huyeron por las alcantarillas, entre ellos el tal Capriles.

Pero el imperio es el imperio y la burguesía es la burguesía. Pronto recogieron su colección de momias y momios, les revivieron con suculentas inyecciones de dólares, y se lanzaron nuevamente a la carga. Uno de los principales profetas de Washington, el pastor Pat Robertson, republicano de la banda de Bush, dijo entonces que el problema Chávez era fácil de resolver: pagar un sicario y pegarle un tiro. No fue preciso hacerlo: la muerte se burló del asesino.

Con la desaparición física del comandante, reemplazado en la Presidencia por Nicolás Maduro, un obrero de manos callosas y corazón bien puesto, los representantes del capitalismo salvaje se creyeron en el cielo, y desataron el infierno. Guarimbas, francotiradores, campaña mundial de mentiras y desinformación, todo lo montaron para deshacerse del gobierno bolivariano, pero este se ha mantenido en pie y este domingo 6 de diciembre conduce un proceso democrático contra viento y marea, contra los yanquis y la OEA, para elegir un parlamento de acuerdo a la Constitución bolivariana.

Los resultados son previsibles: si pierde la oposición habrá guerra, y si gana, también habrá guerra. En el primer caso, se hablará de fraude, se desatará la furia en las calles, se cometerán atentados, se invocará la intervención armada de los yanquis y la OTAN. Y si gana, la oposición desatará desde el Parlamento, apoyada en los grandes medios nacionales e internacionales, una guerra total contra las instituciones, las leyes y las organizaciones creadas por la Revolución Bolivariana. Será la nueva forma de matar a Chávez.

En uno u otro caso, la derecha continental unirá sus estandartes guerreros a la restauración conservadora-neoliberal de Venezuela. Ya lo hizo Mauricio Macri en Buenos Aires, a pocas horas de su triunfo del 22 de noviembre. Y lo vemos ya en Ecuador, donde los voceros de la restauración anuncian su propia guerra tras el biombo de oponerse a las enmiendas constitucionales. Por su parte, el grito fascista resuena en todas partes con el mismo tono: no queremos más Revolución Bolivariana. De una vez, matemos a Chávez. (O)

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