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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

Más sobre drogadicción

22 de octubre de 2014

En  días pasados se escuchó en un noticiero radial cómo se hicieron operativos de requisa de droga en colegios públicos. Eso, con lo violento e irrespetuoso que resulta para los derechos de los colegiales, no fue nada al lado de la andanada de llamadas de padres y madres (sobre todo madres) que aplaudían el hecho con todos los órganos internos de la boca.

Asombra, en primer lugar, porque la ignorancia sobre el tema no solamente se encuentra entre las capas más deprimidas de la sociedad, sino a todo nivel, incluidos los personeros de los organismos estatales a cargo del control de esta situación. Respecto del consumo de ciertas sustancias, todavía se piensa que la calentura está en las sábanas. Se sigue creyendo que esculcar muchachos, hurgar mochilas y revisar habitaciones forma parte de los mejores sistemas de prevención del uso y consumo de drogas que en el mundo han sido.

La sociedad hace gala de la coadicción, y no solamente la practica: también la recomienda. Pone el ejemplo. Tal cual la amorosa e ingenua madre piensa que al revisar la mochila de su hijo lo rescatará de las protervas garras de la marihuana, la sociedad se mete en el casillero, en el pupitre, en la misma mochila y en los bolsillos de los jóvenes y así los salva del vicio. O al menos eso cree.

¿Cuándo se entenderá que la enfermedad de la adicción es un titán, que mientras los coadictos van de ida ella ya ha regresado varias veces? ¿Cuándo se darán cuenta de que la vigilancia exacerba las artimañas que ayudan a darse modos para seguir consumiendo? Dicen que es para parar el microtráfico. Dicen que es para prevenir… ¿Cómo se vería si un adolescente esculcara a su padre al recibirlo del trabajo, cómo se sentiría que le oliera el aliento para ver si se ha tomado una cerveza, cómo se evaluaría que disimuladamente le palpara el bolsillo de la leva para ver si trae una caminera, que le rebuscara bajo la cama, que le abriera los cajones o el armario a ver si almacena cigarrillos o alcohol?

Es volver sobre lo mismo: la adicción es una enfermedad. No un delito. No un pecado. No una ‘mala conducta’. Aunque puede influir el entorno, no la provocan las malas compañías, los narcotraficantes o la novia maleducada. La provoca la misma familia que rebusca, la misma madre devoradora, el padre ausente. No se previene ni se cura rebuscando cajones y faltando al respeto a la intimidad. Se previene sanando la misma sociedad que recrimina lo que provoca y censura en público lo que a escondidas propicia.

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