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El Telégrafo
Werner Vásquez Von Schoettler

Más política para el mundo

13 de junio de 2016

América Latina es un territorio, un campo en disputa social permanente. Los grupos tradicionales de poder han logrado construir un pacto ideológico de hecho, con el objetivo de retomar los aparatos estatales y seguir la senda de la monopolización económica mundial. Los monopolios mundiales -a pesar de que ciertos economistas hace 40 años o más predecían que estos se debilitarían a medida que el “libre comercio” se iría imponiendo- se han fortalecido desde la década de los ochenta del siglo XX: los monopolios regionales, continentales se han consolidado y el planeta entero está bajo asedio de las grandes corporaciones globales.

En la política doméstica de América Latina, las fuerzas monopólicas han hecho grandes inversiones en política para lograr obtener rendimiento financiero y control político local. Con estos dos movimientos han logrado financiar y producir de nuevo aquella política sin ideología, sin identidad, sin referencia histórica, de los “independientes” que se vendieron bien en la década de los noventa del siglo pasado. Eso de no ser político trae beneficio porque es estar con todos y con nadie. Lenguaje ligero, sin bandera, sin color alguno o con todos los colores para provocar la idea de que todos tienen su espacio. Los primeros resultados de la administración monopólica en la región nos demuestran que entra con toda su carga ideológica para desmontar los programas sociales: salud, educación, subsidios a la luz eléctrica, gas, gasolina; paralizando las inversiones en infraestructura nacional.

Sin embargo, el efecto de las medidas puede traer poca reacción social, ya que el golpe de mano inicial toma meses enteros en poder tener una reacción colectiva. En ese modelo la democracia representativa, una vez más, sale victoriosa frente a una democracia participativa que es vital en cualquier proceso de transformación social. La actual derecha que gobierna municipios, gobernaciones, Estados, se demuestra más que nunca como dogmáticamente política: no solo es cuestión de lograr beneficios económicos, recuperar monopolios nacionales, sino de provocar un gran trauma social en las generaciones más jóvenes de lo que significan “las consecuencias de votar por la izquierda”.

Sus acciones son inmediatas, pero para el largo plazo generar un shock ideológico para las futuras elecciones. Esa estrategia no es nueva, se la ha usado a lo largo del siglo XX: el fascismo europeo como las dictaduras del Cono Sur en América Latina supieron cómo ejecutarla a la perfección. Hoy, cuando parece que los temas fundamentales son de tipo económico, es cuando más debemos exigirnos y exigir el debate político (sin este una economía descarnada querrá gobernar la opinión pública).

Ahora más que nunca se necesita discutir la ideología, la política, la economía política del poder dominante, aquel que ha estado presente a lo largo de siglos y décadas en la región, que aún no ha podido ser democratizado por los gobiernos progresistas. No podemos permitir que el empirismo economicista colonice la opinión pública; que la oferta y demanda y la ganancia sean las categorías fundamentales de la discusión social. El mundo exige más política porque con ella la vida humana, su presente y futuro, se pone como centro, no solo del debate, sino del deber de dignificar el mundo; preservar la naturaleza social del ser humano; su dignidad y valía más allá del capitalismo salvaje. (O)

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