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El Telégrafo
Ilitch Verduga Vélez

Marchas, marchantes y marchosos

27 de marzo de 2015

Las marchas populares han sido desde antaño metodologías ciudadanas de reivindicación y protesta, también expresión de decisión y lucha frente a mandos despóticos. El devenir social y político es rico en la señalización de aquellos desplazamientos de conglomerados, organizados o no, que confluyen en calles y plazas para manifestar descontento o aprobación sobre el orden de cosas prevaleciente en su  entorno. Si nos remontamos al pasado fueron los avances del pueblo las que provocaron la toma de la Bastilla en París que dio inicio a la Revolución Francesa.

De igual manera, en la Rusia zarista, los desplazamientos de las masas en Petrogrado y otras ciudades permitieron crear situaciones que impulsaron la insurrección bolchevique. En ambos procesos revolucionarios de cambios profundos de sociedades monárquicas y burguesas en orden de prevalencia, la situación de las mayorías era tan desesperada que  el precepto leninista de que “los que gobiernan no pueden hacerlo como antes y los gobernados no soportan ser gobernados así” se cumplía plenamente. Otras formas y giros de grupos políticos por distintas motivaciones -más bien a favor de  las clases privilegiadas- se dieron en el asalto al poder de las huestes nazis; la marcha sobre Roma ‘incentivó’ al Rey italiano  entregar el poder a Mussolini, y en la Alemania hitleriana las SA  y las SS, con sus desfiles y fanfarrias, tomaron el Gobierno y lograron ocupar media Europa y masacrar a millones de sus habitantes durante la Segunda Guerra Mundial. Y desde luego está la ‘gran marcha’ del presidente Mao, que atravesó China para traer la justicia.

En consecuencia, las acciones de traslación de pequeñas o grandes multitudes por objetivos importantes o baladíes son instrumentos para la obtención del poderío político en una nación. Quienes  marchan, casi siempre afines a las metas de los organizadores, perciben  recurrentemente la necesidad de hacerlo, tanto por vocación partidista, como por la impaciencia por el desafío y la porfía. Y ello es así porque la condición humana, con todas sus potencialidades y carencias, ve solo la imagen contrahecha del ejercicio gubernativo en la opulencia o la riqueza de ser y dominar. Empero, después de la demostración de circular por avenidas o callejuelas, el caminante recaba un gran vacío, un eco exánime de silencio, y la entelequia de la consigna queda como reflejo hostil.

En Ecuador, siempre hubo y habrá capacidad de movilización de parte de las poblaciones rurales y urbanas, en ocasiones por fines loables, por reclamos a veces ancestrales, por ello la marcha es una necesidad sentida. Están las actuales movilizaciones de grupos indígenas y nihilistas de profesión, sujetos útiles o inútiles sumergidos en fatal yerro histórico cada día, más huérfanos de apoyo popular, incluyen en sus andanzas a marchantes y marchosos de la derecha y el fascismo. Durante los hechos del 19 de marzo de 2015 contemplamos a descendientes directos de aquel culpable de la masacre de Aztra, junto a dirigentes gremiales absorbidos por la rutina, el tedio burocrático, esgrimiendo viejas consignas anteriores a la caída del muro de Berlín.

Defensores del neoliberalismo y del feriado bancario desde sus fortalezas corporativas, realizando el paso de ganso, junto a tirapiedras convictos y confesos. Otros airosos integrantes de la legislatura, socialcristianos de estirpe y militancia de la mano con reos de la  actuación facciosa del 30 de septiembre. En suma, la norma ética de la ideología se desvanece en el altar de la componenda. La concurrencia a las marchas fue menor a la esperada y que se la sustituyó con la violencia acostumbrada. De allí  que acuda a la  opinión ajena para una evaluación liberada de ideologismo o ceguera partidaria, en este caso la de una mujer, que, como todas las de su género, es inteligente y perspicaz: “Con esa oposición, Correa podrá quedarse cien años”.

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