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El Telégrafo
Jaime Galarza Zavala

Los tuertos de alma

20 de marzo de 2014 - 00:00

En 1970 este columnista publicó en Quito uno de sus poemarios, El aire del hombre. Incluía una composición que se titula ‘El sectario’, que fragmentariamente expresa:

“Es tuerto de alma./Un ojo solamente para mirar el mundo/ que no es redondo,/ que gira y se desplaza.../Se cree el campanero de la vida./ El que no acude al son de su campana/ queda sagradamente excomulgado”.

Desgraciadamente, esos tuertos de alma, que no ven más allá de sus narices, sus sectas y sus conveniencias, abundan en el mundo. Abundaron siempre, desde la Inquisición hasta las barras bravas del fútbol. En política, sus extremos se tocan en el nazifascismo y el estalinismo. Dentro de este campo, sectas y sectarios también surgen en el campo de la democracia participativa, haciendo que sea cabalmente poco participativa.

La presencia de estos tuertos de alma ha generado abundante material de crítica, expresada o no dicha, dentro de Alianza PAIS, antes de las elecciones del último 23 de febrero, pero especialmente a raíz de ellas. Y ha sido nada menos que su máximo líder, el presidente Rafael Correa, quien ha marcado con fuego al sectarismo. Y bien que lo hiciera. En los procesos revolucionarios este fenómeno es funesto. Los tuertos de alma deforman, unilateralizan, desvían y estancan el avance de los pueblos. Esto ocurrió, por ejemplo, a comienzos de la Revolución Cubana, cuando un viejo grupo de dirigentes comunistas, procedentes del Partido Socialista Popular, fue trepando hábilmente a importantes funciones del nuevo régimen, a pesar de que durante la heroica gesta de la Sierra Maestra se opuso a la guerra revolucionaria y denigraba a Fidel Castro, Raúl, ‘Che’ Guevara y demás comandantes como aventureros pequeñoburgueses. Fidel se dio cuenta a tiempo del grave peligro del sectarismo, que lo encabezaba Aníbal Escalante, y abrió un implacable proceso de debate y medidas concretas para extirpar este naciente cáncer que, entre otras acciones, se había dado a la tarea de eliminar el nombre de Dios de trascendentales documentos históricos, pretendiendo que con ello hacían honores al marxismo-leninismo. Eliminado el sectarismo, la Revolución siguió adelante y la militancia sana de aquel viejo partido se unió a los demás -Movimiento 26 de Julio, Directorio Estudiantil Revolucionario, etc.- para organizar primero las ORI (Organizaciones Revolucionarias Integradas) y, años después, el actual Partido Comunista de Cuba.

El caso del Ecuador actual es diferente. Vivimos un proceso que no nació de una guerra revolucionaria sino con todas las debilidades y taras de la democracia representativa, los resabios de la partidocracia y los efectos de un fuerte liderazgo individual que no estuvo acompañado de una previa organización política y que se asentó -se asienta aún- sobre una heterogénea montaña de fervorosos partidarios y electores poco, y a veces nada, adentrados en los postulados de la Revolución Ciudadana y los principios del aclamado socialismo del siglo XXI. Esto se puso ya en evidencia el 30-S, y pudo tener las consecuencias de un magnicidio, a no ser por la resuelta actitud del presidente Correa y el caudaloso movimiento espontáneo del pueblo.

En estos momentos, las acciones contra el sectarismo son imprescindibles e impostergables. El debate sobre la reelección indefinida debería quedar para luego, una vez que se ajusten las cargas para seguir el camino, como nos enseñan los buenos arrieros. Las tareas son múltiples y nada fáciles. Entre las principales cuenta el examen de la composición de la militancia, no para eliminar a nadie por causa de antecedentes de otras militancias, o porque no nos gusta su pasado derechista o socialdemócrata, sino para ubicarlos en células, brigadas o colectivos -como quiera que se los llame-, a fin de que se dediquen a organizar a los demás, en barrios, comunidades, planteles, etc. con el objeto de emprender acciones concretas, no propiamente electorales, sino referidas al desarrollo social, la seguridad, los derechos humanos, la solidaridad. Allí surgirán nuevos conductores de todo nivel, que serán reconocidos por la masa, sin necesidad de que se hallen trepados a la espalda del líder principal.

Para ello, claro está, hay que alejar de los puestos de mando a los tuertos de alma.

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