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El Telégrafo

Los retos y deberes de la victoria de PAIS son enormes

03 de marzo de 2013 - 00:00

Ni él se lo creía. Él mismo contó que cuando vio las primeras encuestas no lo podía creer. Desde que arrancó la campaña (que es un decir porque Guillermo Lasso dio el “pitazo” inicial cuando renunció al Banco de Guayaquil) los datos daban por ganador a Rafael Correa con más del 50%. Incluso, hacia el final, los porcentajes hablaron siempre de una cifra superior al 60%.

Y ahora, es de suponer, debe tener un pavor enorme. Cargar con tanto peso y responsabilidad, por encima de cualquier consideración política, desde el punto más humano, es cosa bastante seria. Quien pierde una elección asume la derrota con bastante autocrítica íntima, pero quien gana de ese modo y es reelecto para estar diez años en el cargo, asume una carga humana demasiado pesada.

Por eso el reto es bastante difícil de definir y configurar. ¿Sacar al Ecuador de la pobreza? ¿Sentar las bases para un socialismo a la ecuatoriana que signifique un salto político trascendental y no circunstancial? ¿Fijar un modelo político y económico para garantizar la mejor equidad posible? ¿Saturar el ambiente político para que las fuerzas más retrógradas asuman que es posible otro país, pero no el de los intereses mezquinos y de las cuentas en rojo para la mayoría?

Igual pasa para los deberes y responsabilidades de una victoria tan amplia y de connotaciones históricas tan potentes: ¿Ganar implica no defraudar? ¿Es un cheque en blanco para hacer lo que se venga en gana? ¿Implica ser mucho más consecuente con lo que se dice a la hora de hacer?   

La diferencia con otras victorias es que ahora ya se sabe quién gobierna y cómo lo hace. Se conoce de qué es capaz y de  qué no. No se votó por un “nuevón” y menos por una apuesta al vacío. Reelegir, de todos modos, es un acto de enorme generosidad y compromiso. Es un reconocimiento pleno y demanda más resultados, ojalá todos positivos, en una calificación de excelencia.

Pasados 15 días de los comicios hay calma y emoción en muchos, resignación en pocos. No cabe duda de  que el pueblo ecuatoriano ha dicho con absoluta claridad qué destino desea. Y con todo y ello hay enormes retos y deberes. El principal: concretar en el tiempo más corto y de la forma más eficiente la propuesta de transformar la matriz productiva. El secundario: administrar políticamente una mayoría enorme sin que ello constituya un devaneo y una flojera para elaborar las leyes para ese cambio de la matriz productiva. Levantar la mano para aprobar es un acto simbólico que requiere de mucha madurez y conciencia política.

Cambiar la matriz productiva parecería un tarea de los economistas y con efectos en las cuentas fiscales y comerciales. ¡Y no! Hacerlo es un acto de transformación política y cultural. Implica transformar también el modelo de distribución y las prioridades. Conlleva imaginar un país soberano en todas sus dimensiones: políticas, sociales, audiovisuales, culturales, comerciales y diplomáticas. Es otro país desde la matriz del que tenemos y que potencialmente siempre estuvo a disposición de una transformación revolucionaria. La Historia está ahí para probarlo.

PAIS y Rafael Correa tienen por delante cuatro años “tucos”. Y cada paso que ahora den se medirá con una doble vara: la del tiempo que corre sin freno y la de la excelencia de la gestión. No hay tiempo que perder y tampoco ahora se puede aceptar mediocridad, dejadez y mucho menos visos de corrupción. Quizá para Correa sea mucho más tenso: dejar el cargo y salir de la vida pública en cuatro años implica heredar un destino y un estilo. Si algo falla en estos cuatro años, se borra todo lo hecho en los seis anteriores. Si lo hace bien, el sucesor tendrá la vara muy alta y siempre Correa (o su imagen y presencia) estará ahí para medirlo.

Para PAIS hay también doble reto: administrar la hegemonía política con absoluta responsabilidad y preparar el terreno para un Ecuador post Correa. Una continuidad difícil de absorber y planificar si no se superan personalismos y egoísmos. La oposición estará vivita (sin desconocer que la verdadera está en la prensa comercial y privada) si PAIS deja que sus contradicciones internas sean la pauta o el libreto de la agenda política nacional.

Tenemos cuatro años para evaluar la capacidad creativa, suscitadora, provocadora y transformadora de todo el país. Incluso para la oposición más responsable. La que se hace y construye desde la perturbación no cambiará. Y para las fuerzas sociales, para el movimiento social y popular, también hay otro reto: delegar la representación a los ganadores, pero no para dejarlos solos sino para acompañar críticamente la transformación general de este proceso pacífico y revolucionario que se expresa más allá de los resultados electorales en la posibilidad de concretar un sueño colectivo.

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