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El Telégrafo
Jaime Galarza Zavala

Los Moeller y sus loteriazos

14 de abril de 2016 - 00:00

No hay duda de que en Ecuador hay familias afortunadas, sobre todo si nacen en Guayaquil de mis dolores. Es el caso de la familia Moeller, a la cual desde hace fu le han llovido jugosos loteriazos. El primer nombre con ese apellido que brilló en el panorama nacional fue el de Juan Moeller, allá por los años 60 del siglo XX. Lo reveló Philip Agee, el célebre exagente de la CIA en su famoso diario (1974). Allí nos cuenta que el bienaventurado Juan oficiaba entonces como agente en Quito de la central norteamericana para el terrorismo y el espionaje, como destacado integrante de la Asamblea Mundial de la Juventud, que concedía becas internacionales y viajes de placer alrededor del mundo a sus afiliados. Un suculento loteriazo. Esto mientras las ‘pandillas socialcristianas’ entrenadas y pagadas por la CIA, según Agee, ponían bombas en los templos para inculpar a Fidel Castro y a los comunistas, y azuzaban a los campesinos para linchar profesores, como los hermanos Velicela en Santa Ana, cerca de Cuenca, bajo la consigna de que  nuestro país rompiera relaciones con la Cuba revolucionaria. Luego de Juan vino Werner Moeller, quien obtuvo sus primeras glorias como presidente de la Junta de Beneficencia de Guayaquil, cuya historia la resumiremos en pocas líneas.

La Junta de Beneficencia fue fundada en 1888 por los ‘gran cacao’ de la época, devoradores de tierras en Guayas y Los Ríos, supuestamente con fines filantrópicos para favorecer a los pobres, esquilmados por la misma oligarquía porteña. Poco después, la Junta sacó a público su gran invención: la Lotería de Guayaquil, llamada así durante varias décadas, hasta que a un despistado prefecto capitalino se le ocurrió anunciar la creación de la ‘lotería de Pichincha’. La furia de aquella oligarquía y de sus paladines de la Junta de Beneficencia fue terrible. Poco faltó para que Quito fuera amenazado con  la bomba atómica. El argumento de los patricios de la Junta fue que esta no solo beneficiaba a los guayaquileños, sino a toda clase de muertos de hambre arrojados al puerto por la miseria nacional, como era -argumentaban- el caso de los hospitales.

El prefecto de Pichincha reculó en su audaz proyecto y los patricios, con esa viveza criolla en que son expertos, enseguida le cambiaron de nombre a la Lotería de Guayaquil y la bautizaron como Lotería Nacional. Después vinieron las Raspaditas, el Lotto, el Pozo Millonario, todo para aumentar el enorme volumen de los ingresos de la Junta, que constituyen una especie de impuestos a la esperanza de los pobres ecuatorianos. Y vaya si algún gobierno intenta fiscalizar y auditar la incontable fortuna de la Junta y las prebendas de sus dichosos 39 directivos. Ese día se parte el cielo y San Pedro cae con sus  llaves y se ahoga en el Estero Salado, hoy convertido en cloaca por el abandono municipal.

Pero volvamos al ilustre apellido de esta familia de potentados. Cerremos la historia con un broche de oro: el caso de Heinz Moeller, del cual el terrible ‘Don Buca’ se burlaba diciendo que tenía nombre de cerveza alemana. Canciller del ‘Fabiolo’, elocuentísimo orador del Parlamento ecuatoriano, se destacó en él en 1989 como presidente de la Comisión de Asuntos Internacionales, dando el visto bueno al gobierno de Jamil Mahuad para que celebrara la entrega de la base de Manta a los militares norteamericanos, en franca violación de la Constitución que ordenaba que todo tratado y convenio internacional que suscribiera el país fuera primero aprobado por el Parlamento ecuatoriano. Nunca lo fue, y el pueblo ecuatoriano no cayó en cuenta de este terrible golpe de traición nacional, pues en esos mismos días Mahuad, con el apoyo de los Guillermo Lasso, los Nebot, los Moeller y sus congéneres dictaba el feriado bancario que lanzó a la emigración a tres millones de ecuatorianos, el cuarto de toda la población. Hoy se revela que la ilustre casa Moeller está, entre tantos otros, envuelta en las sábanas sucias de los ‘Papeles de Panamá’. (O)

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