No, un buen amigo no es el que nos dice “compadre lindo”, ni al que podemos decir “pana”. Un buen amigo no es el que nos abraza y sonríe cada vez que nos ve, ni el que aparece solamente cuando necesita algo. Los buenos amigos no son los que te hunden con ellos o son “cómplices” solo cuando les conviene.
En una mezcla de lo que sucede entre adultos en el contexto político actual y lo que escucho a diario de niños y adolescentes en el contexto social, mucho me he puesto a pensar sobre el concepto distorsionado de la amistad.
A ser buen amigo se aprende y empieza en, antes que nada, ser bueno con uno mismo. Entonces no sientes la necesidad de dañar a otros para sentirte mejor, no tratas de “encajar” forzadamente y evitas relaciones tóxicas.
Ser un buen amigo es ser amable, es saber decir “no” sin herir y también aceptar un “no” por respuesta. Es saber disculparse cuando hemos cometido un error y también aceptar disculpas. Es poder tener una conversación sobre desacuerdos respetuosamente; es saber escuchar.
Un buen amigo es capaz de ponerse en los zapatos de los demás. Acepta las diferencias. No miente. No critica. Es comprometido. Comparte. No chismosea. Guarda secretos que no dañan.
Los buenos amigos también fallan, pero no aparentan. Son sinceros, honestos y frontales. Están presentes, se preocupan, te encaminan. Te hacen reír de tus propios errores pero también te ayudan a aprender de ellos. También se sienten mal contigo cuando te apoyaron a tomar una mala decisión.
Un buen amigo no es pasajero. No juzga. No exige. No se cansa de repetirte una y otra vez las cosas que te hacen daño. No te utiliza para beneficio propio. No se va sin decirte por qué. No te deja solo afrontando situaciones donde los dos son responsables. No te ata.
Ser un buen amigo es escuchar largas historias… una y otra vez. Es alegrarte por sus logros y llorar por sus pérdidas. Es ser agradecido.
Pero ser buen amigo también es entender que un buen amigo no tiene que ser perfecto. (O)
