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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz

Las encuestas emocionales

08 de agosto de 2016

Es normal que en tiempos preelectorales los actores políticos y no políticos se enfrasquen en disputas que van desde lo ideológico hasta lo moral; así, los discursos y micro-shows se llenan de horribles gestos que patentizan el viejo operativo de la demagogia.

Por eso, aunque se diga que las urgencias del país no demandan de una u otra ideología para hacer política de la buena, en realidad el apetito electoral —de la mayoría— se afirma en el sentido común capitalista: la libertad económica y la libertad de quejarse.

Por algo será que las encuestas que hoy circulan por medios y tertulias cotidianas, muestran algunos datos referidos al “estado de ánimo” de una porción de nuestros compatriotas. Esos datos, no obstante, dicen más de quienes diseñan las encuestas que de quienes las responden.

Dicen más, digo, por el hecho de que preguntar algo que tiene que ver con las impresiones pasajeras de uno o cien encuestados, permite interpretar, relativamente, un entorno social móvil y complejo, y, además, muy circunscrito a una coyuntura económica que altera emociones y percepciones de toda índole. Ergo, el uso (indebido) de la subjetividad está siendo moldeado/direccionado para que, luego, en plena campaña electoral, ese uso se cebe de aquello que los seudoracionalistas de la oposición en verdad no abominan: el instinto de los electores.

Pero ¿el instinto colectivo carece de idealismo? El uso emocional de algunas maniobras del marketing —para campañas electorales— es una experticia que funciona, bien o mal, en determinados tejidos sociales. Por ejemplo, en el Ecuador de hoy, el juego electoral intenta desprestigiar un modelo económico vaciándolo de su sustrato político y social, es decir, presentándolo como un fracaso institucional; pero enseguida viene la exposición de unas/otras medidas económicas que, sin corresponder a ese modelo, remediarán la crisis. Lo que se obvia indicar es que esas medidas son toxinas de una receta a la que le ha ido mal en el mundo: el ajuste ultraliberal.

Por tanto, el instinto colectivo está cubierto del fraude capitalista; a la libertad económica se la traduce como emprendimientos dispersos, iniciativas particulares, servicios esporádicos y/o informalidad urbana o rural. Lo corrobora el instinto conservador del sentido común, manivela extra fina de la supervivencia general.

Las encuestas, de acuerdo con su diseño investigativo, pueden medir algún filón de la subjetividad ciudadana. Sin embargo, los usos y abusos interpretativos de sus resultados las despojan de su vigencia efímera y, sobre todo, en atmósferas electorales, su seriedad se ve reducida por la aplicación arbitraria de algunas técnicas, ¿con el fin de satisfacer a algún sector interesado en la descomposición de las tendencias?

La tarea de las encuestadoras es, entonces, más seria de lo que parece. Medir la libertad de quejarse puede ser tan útil como medir la libertad de no hacerle caso a un candidato por decir infamias, o a una encuestadora por mercadear, sin honradez pericial, la desmoralización y el hastío. (O)

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