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El Telégrafo
Werner Vásquez Von Schoettler

Las desvergüenzas de la SIP

13 de abril de 2015 - 00:00

Se cometería un craso error al creer que el neoliberalismo ha sido derrotado en América Latina. Ahora más que nunca vemos los efectos del cambio de estrategia que él mismo efectuó a fines de los años noventa del siglo pasado como a inicios del nuevo milenio. Este cambio de estrategia tuvo como eje descentrar la política desde lo institucional clásico hacia las formas privadas o privatizadas de la esfera pública. Recordemos que el neoliberalismo no se reduce a una doctrina económica, sino que es un sistema ideológico-político que busca la primacía absoluta del capital por sobre el ser humano.

El neoliberalismo aspira a que la idea del libre mercado sea aleccionadora para las sociedades subdesarrolladas. Se concentra en difundir, crear y recrear las condiciones sociales para reproducir el capital y que este discipline y moldee el comportamiento y la conducta de los individuos a partir de hacerlos competir ferozmente unos contra otros sin importar las asimetrías que los mismos tengan.

El neoliberalismo fue derrotado en el campo de las instituciones gubernamentales pero se desplegó tácticamente al campo de las mediaciones simbólicas que los medios de comunicación privados hacen en sociedad. El neoliberalismo ha sido eficaz en la reproducción de un imaginario de la libertad centrado en el vacío discursivo. Vacío que es llenado con las expectativas de un hablar por hablar; de una defensa de una democracia hueca, etérea, abismal, efímera, descarnada, artificial y mercantil; que no le importa las condiciones de vida de los seres humanos, sino su capacidad para ser productivos y rentables para el sector privado. Lo que no han podido ganar en elecciones pretenden ganarlo mediáticamente.

Es una guerra sin tregua. Se asumen sin tapujo como los fieles representantes de la democracia, de los ciudadanos, de los intereses mayoritarios. Pero no se vaya a pensar que cuando se habla de medios son estrictamente las empresas comercializadoras de radio, televisión y prensa escrita, sino que estos medios, median, intermedian, articulan un conjunto de actores e intereses corporativos privados que emergen con uno de sus rostros en las corporaciones de comunicación masiva.

Son una paradoja sin fin. Hablan de libertad pero la delimitan según sus principios e intereses. Hablan de pluralidad pero a condición de que ellos califiquen a los aptos para hablar en sus medios. Ellos imponen qué es de interés público: su duración y sus consecuencias. Se asumen como tribunales de justicia desde donde definen quiénes son inocentes o culpables. Se proclaman como los defensores de la libertad de expresión pero rechazan que la comunicación sea un servicio público; se oponen a democratizar el espectro radioeléctrico; a fomentar medios comunitarios, medios públicos. Son una paradoja infinita, atrevida.

Su propio comportamiento monopólico ha sido y es de los más grandes atentados a la libertad de expresión, a la libertad política, a la justicia, a la equidad en América Latina. No es un problema de noticieros o espacios de opinión sino toda una estructura programática que nos vende la negación y el rechazo permanente de lo que somos como sociedad… (O)

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